Nacido en La Tebaida, Quindío, el 11 de septiembre de 1945, Hugo Zapata fue parte vital del arte en Colombia. No solo por su reconocido trabajo como escultor, sino también por su influencia como artista plástico.
Él mismo contaba que cuando tenía un año se vino a vivir en Medellín “porque mi papá era farmaceuta y por asuntos profesionales nos trajo a esta ciudad. Mi madre siempre nos acompañó en la casa, en lo doméstico. Éramos ocho hermanos”, dijo en una última entrevista que dio en la Universidad de Antioquia tras recibir el pasado 27 de noviembre del 2024, del Escudo de Oro en dicha universidad.
Realizó estudios en el Instituto de Artes plásticas de La Universidad de Antioquia, de arquitectura en la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín e hizo parte de la generación de artistas urbanos que se dio en Medellín a partir de la década de 1970.
Zapata fue fundador de la Escuela de Artes de la Sede de la Universidad Nacional en Medellín y desde allí recuerdan cómo la nueva carrera proponía para los estudiantes un concepto cambiante. Los participantes tenían autonomía para elegir un tema de interés y profundizar en él. Desde la academia se les ofrecía un planteamiento, que podían modificar o transformar. Allí, se enseñarían las materias clásicas del arte, pero la fundamental era la llamada Taller Central, aquella que le permitía a cada estudiante encontrar su propia expresión.
También fue uno de los artistas fundadores del Museo de Arte Moderno de Medellín.
El trabajo con las rocas, su sello
En ese homenaje que le hicieron en la Universidad de Antioquia contó que siempre, desde niño, le gustaron las rocas. “Cuando estaba pequeño coleccionaba piedras del río Magdalena, a donde en familia íbamos muchas veces a pasear. Siempre estuve interesado en las piedras, mis primeros acercamientos a ellas fueron a través de la serigrafía”, dijo.
Y es que sus primeros pasos por la gráfica de abstracción orgánica lo proyectaron a la escultura abstracta orgánica “y desde allí a descubrir los prodigios de la naturaleza en los fósiles, piedras y rocas, que controla con su experiencia, llevando al límite las posibilidades de la materia”, cuenta su biografía.
“La piedra negra (lutita) y los óxidos de hierro le fueron revelando posibilidades formales que luego de ser sometidos a procedimientos racionales y técnicos (cortes y caricias) empezaron a develar sus misterios ocultos. La pasión y obsesión por la geología en general lo condujeron al encuentro con el agua. Roca y agua se cruzan para configurar su hacer en el ámbito de lo sagrado”, dicen desde la Universidad de Antioquia.
Puede leer: Hugo Zapata y la piedra, un amor incondicional
“Es una necesidad absoluta de decir algo, como en la música. En cada pieza hay ese sentimiento, una textura, sonidos. Con las rocas voy diciendo un estado espiritual. Ella me regala algunas cosas y yo le regalo otras y de esa comunión sale la obra”, le dijo Zapata a EL COLOMBIANO hace un par de años.
Su trabajo comenzó a ser internacional y participó en exposiciones –individuales y colectivas– desde 1975, y no solo en Colombia. Su arte llegó a Chile, Argentina, México, Puerto Rico, Cuba, Brasil, Inglaterra, Estados Unidos, entre otros países.
En 1989 se hace acreedor al Premio del XXXII Salón Nacional de Artistas Colombianos, Cartagena, pero uno de los grandes momentos de su carrera fue su participación, en 1996, en la Bienal de Sao Paulo, Brasil, representando a Colombia con la obra Espejos de agua.