Era la tarde del siete de septiembre del 2017. El frío de la tarde bogotana se redujo a nada en la Plaza de Bolívar. Miles de personas se agolparon en ese lugar, casi uno sobre otro, para escuchar el discurso del papa Francisco en su visita a nuestro país.
El escenario parecía una epopeya. Los católicos acérrimos coreaban el nombre del papa, vitoreaban su presencia: parecía que estaban cerca de tocar el cielo. Francisco, tranquilo –como siempre–, agradeció con leves movimientos de brazos las muestras de cariño, el fervor mostrado por los fieles.
Habló. Cada tanto se tenía que detener por los aplausos de la gente, que estaba muy alegre. En medio de su discurso, Francisco habló de la idiosincrasia colombiana: la alegría de la gente, la unidad de las comunidades, las excusas que encontraban las personas para reunirse.
Él, hombre –sacerdote, representante de Cristo en la tierra–, futbolero, aseguró: “Cualquier cosa de las que dije es una excusa para un encuentro. Los jóvenes coinciden en la música, en el arte y hasta en una final entre el Atlético Nacional y el América de Cali, es ocasión para estar juntos”.
Hubo euforia. La referencia futbolera del equipo que un año antes, en 2016, fue campeón de la Copa Libertadores –también en 1989–, y de otro que disputó, finalizando los 80, cuando él vivía en Buenos Aires, cuatro finales del torneo continental, generó alegría, se volvió viral en redes sociales.
¿El papa Francisco recibió una camiseta de Nacional?
La agenda del Papa Francisco en Colombia fue apretada. El 8 de septiembre visitó Medellín. La ciudad –una de las más católicas del país–, se paralizó. Cerca de un millón de personas acamparon en la pista del Aeropuerto Olaya Herrera para escuchar la misa campal que realizó el pontífice en la mañana de aquel sábado.
Hubo mucha emoción. Los sollozos de alegría por verlo no se hicieron esperar, a pesar de la lluvia que cayó en la ciudad. Después, en la tarde, Francisco fue a los Hogares de San José, fundados por el exarzobispo de Medellín Manuel José Cayzedo, en el que residen niños desprotegidos.
Allí habló. También escuchó a los niños que residían, en ese entonces, en la casa a la que lo llevaron. Puso atención cuando las niñas del coro cantaban. En ese momento, una religiosa, que esquivó toda la “seguridad” que había alrededor del papa, se le acercó con una camiseta de Atlético Nacional en la mano.
La monja estaba nerviosa. El sacerdote que acompañaba al Papa intentó alejarla, para que no molestara al pontífice. No le importó. Lo llamó. El argentino giró la cabeza. Ella le extendió la camiseta verde. Francisco, con humildad, la aceptó. La mujer, con una risa nerviosa, festejó que su regalo fue bien recibido: se tapó la boca con la camiseta. Después, el entonces Obispo de Roma –que ese día vistió Poncho y Carriel–, se llevó el recuerdo.
Francisco. El fútbol. La religión. Colombia. La alegría de la gente por su visita. Todo eso quedará en el recuerdo cuando se hable del Papa más reformista y revolucionario de los último años: el primer Latinoamérica, el primer Jesuita, el eterno Francisco.