Por Juan Guerra, Comunidad Verdolaga
No es un secreto para nadie: la rivalidad entre Nacional y Millonarios es una de las más intensas del fútbol colombiano. Las hinchadas se detestan, las chanzas nunca paran y los partidos se viven como finales. Pero el pasado fin de semana, en medio de ese ambiente, ocurrió algo que rompió el libreto.
La Comunidad Verdolaga — una corporación que agrupa a las barras de las tribunas de Occidental y Oriental del estadio Atanasio Girardot, con barras que llevan más 36 años de presencia en el Atanasio Girardot — decidió enviar un mensaje de solidaridad a un jugador de Millonarios que sufrió una fuerte lesión. Un gesto simple, humano, que para algunos pasó como un acto de respeto... pero para otros, como una provocación.
El trino alcanzó en solo 24 horas más de 305 mil impresiones, más de 15 mil interacciones y superó los 8500 likes. El 80% de las reacciones fueron positivas, pero el 20% restante dejó ver un odio exacerbado: insultos, burlas, descalificaciones. “Lambones”, “maricas”, “imbéciles”... todo por el simple hecho de mostrar empatía.
Ahí está la paradoja de nuestro tiempo: mientras más hiperconectados estamos, más solos nos sentimos. Mientras más información circula en la red, menos pensamos. Mientras más oportunidades tenemos de conectar con el otro, más rápido se mueven el odio y la intolerancia. Es el reflejo del país: polarizado, violento, incapaz de ver la solidaridad como una virtud y no como una debilidad.
Nos falta formación en habilidades para la vida: en comunicarnos sin destruirnos, en resolver problemas juntos, en escuchar antes de atacar. En entender que la empatía no es rendirse ante el rival, sino recordar que incluso en el fútbol, ese campo donde la pasión lo arrolla todo, hay seres humanos que sienten, sufren y sueñan.
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La rivalidad debe seguir, porque sin ella el fútbol pierde sabor. Pero la violencia, el odio y la deshumanización no deberían ser parte del juego. Alguien tenía que dar el primer paso para desescalar la violencia. Lo dimos nosotros. Y si eso incomoda, que incomode. Porque ser grandes no es solo ganar partidos; también es saber cuándo tender la mano. La grandeza se demuestra en la cancha y fuera de ella.