Floripina tiene 74 años y le quedan pocas pretensiones en la vida. No quiere volver al Chocó, su tierra, a menos de que sea un “castigo divino”, y ya no puede hacer pasteles, con los que se ganaba la vida, porque le operaron los ojos y el humo le sienta mal. Solo quiere vivir en su casa, tranquila, y que las goteras la dejen dormir.
Floripina una vez le dijo a Carlos Andrés Mesa, un líder del barrio La Torre, que se mojaba más dentro de su casa que fuera de ella. La Torre está en lo más alto de la comuna nororiental, en Santo Domingo, y colinda con Bello. Los primeros pobladores llegaron hace 20 o 30 años y levantaron sus casas como pudieron, con tablas y techos de zinc. Con el tiempo las pulieron, pero el mismo tiempo hizo lo suyo y las desgastó y agrietó.
Mesa entró a la casa de Floripina y vio cómo la lluvia se colaba por cada rincón. Caía sobre la cama, los trastes de la cocina. Floripina construyó su casa hace 10 años, en un lotecito que le cedieron, pero que luego le cobraron, y que pagó a cuotas. Vendía pasteles en el día y después, sola, con sus manos, intentaba levantar la casa.
Aunque quedó bien construida, el tiempo deterioró el techo, que era de segunda. Las paredes fueron de tablas hasta hace muy poco. Floripina, como muchos en el barrio, dice que nunca ha recibido ayuda estatal, pese a haberla solicitado desde hace años.
Mesa se sintió tocado por la historia de Floripina. No era solo el agua que se colaba, sino toda una historia de desplazamiento, de pobreza absoluta, de vejez. Entonces, con ayuda de Alejandro Vargas, un maestro de obra del barrio, decidió ayudarla, y consiguió, gracias a la solidaridad, los elementos para hacer de la casa un lugar digno.
La casa de Floripina ya no es de tablas, sino que tiene una fachada mucho más firme, y puede dormir tranquila. “Yo me siento muy feliz por lo que hicieron Mesa y las personas que lo ayudaron. Yo vivo feliz en mi casita”, dice la mujer de 74 años.
Arreglar la casa de Floripina, por bonito y gratificante, es insignificante ante la cantidad de necesidades que hay en el barrio. En frente de su casa vive Víctor Beltrán, desplazado de Apartadó, que llegó a La Torre hace 16 años. Como su vecina, levantó la casa él mismo, con tablas, y techo de zinc.
Víctor tiene 60 años y ninguna opción de lograr una pensión. Para rematar, un problema en la espalda le ha comprometido la movilidad y no puede dedicarse a la construcción, el oficio que ejerció durante muchos años. Cuando se le pregunta cómo está, responde con un sincero “más o menos”. Vive con dos hijos en una casa pequeña que también está estrenando fachada gracias a la iniciativa de Mesa.
Pero no todo está hecho. Parte de la casa está en obra, con el suelo pelado, por donde camina una gallina. “Estamos esperando que haya recursos para terminar, pero no es fácil. Todavía no hemos podido hacer el baño y usted sabe, sin baño no hay casa”, dice Víctor, con resignación.
La meta de Mesa es arreglar 100 casas en el barrio este año. Apenas van cuatro, pero por algo se empieza. La semana entrante comenzarán los arreglos en seis más. En una de ellas habita una mujer con una discapacidad que le impide el movimiento. “No es justo que digamos en esta ciudad haya gente que viva en casas con goteras, sin dignidad alguna. El Estado no va a hacer algo por ellos, pues yo llevo 17 años acá y no lo ha hecho, entonces depende de nosotros mismos”, alega Mesa.
Lo más difícil ha sido la plata, por supuesto, pero una empresa de la zona ha aportado para comprar los materiales. La mano de obra se hace a través de convites, pues la gente tampoco tiene plata para aportar, pero sí buena voluntad. “Llegamos y hacemos sancocho y la gente trabaja feliz. Necesitamos que empresarios, artistas y la gente en general se sume a esta iniciativa para que logremos la meta”, dice el líder.
Los interesados pueden comunicarse con Mesa, quien además es el líder de la acción comunal del barrio. Su contacto es 323 5384971. De la solidaridad depende buena parte la calidad de vida de cientos de familias que llegaron hasta La Torre arrastradas por la necesidad.