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Apuntes sobre Belisario Betancur

Belisario, que nació en una familia campesina en una vereda de Amagá, y que, por haber aprendido a leer antes de los cuatro años, se volvió ‘el niño campesino genio’ que le recitaba a todos los visitantes que llegaban de la gran ciudad.

hace 13 horas
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  • Apuntes sobre Belisario Betancur

Por David González Escobar - davidgonzalezescobar@gmail.com

“Para el presidente Betancur, el hombre de las dificultades”, decía el mensaje que acompañaba el cheque de un millón de dólares que le entregó el entonces presidente de Venezuela a Belisario, en la época en que debía enfrentar la tragedia de Armero, apenas días después de la toma del Palacio de Justicia, y cuando ya había tenido que lidiar con el terremoto de Popayán.

Esa era, justamente, la imagen que tenía de Belisario: trágica. La de un hombre que, en medio de las dificultades, había protagonizado una de las presidencias menos memorables de la segunda mitad del siglo XX.

Pero nunca me había acercado al expresidente más allá de los hechos que marcaron su mandato, cosa que se subsanó tras leer Belisario Betancur: Una vida sin límite, de Carlos Caballero Argáez y Diego Pizano, un libro de conversaciones en el que el exmandatario repasa su vida, con la presidencia como un tema apenas tangencial dentro de ella.

De lo que me había perdido.

Belisario, un tipo que, durante su primer viaje a Europa, en su primera estancia en París —lustros antes de ser presidente—, lo primero que hizo fue ir por un directorio telefónico y buscar “Camus, Albert”; y que, al recibir respuesta, le pidió al Nobel que le dijera dónde iba a desayunar o almorzar, que él iba y “se sentaba en la mesa de al lado y no lo molestaba”. Una propuesta que le resultó exitosa.

Belisario, que nació en una familia campesina en una vereda de Amagá, y que, por haber aprendido a leer antes de los cuatro años —mucho antes de tener la edad para entrar al colegio—, se volvió “el niño campesino genio” que le recitaba a todos los visitantes que llegaban de la gran ciudad. Habilidad inédita que, eventualmente, le permitiría estudiar en Medellín.

Belisario, que en sus primeros años de estudiante becado en la UPB dormía en el parque Bolívar, y que, cuando sostuvo con Hernán Echavarría Olózaga una entrevista para trabajar en la revista Semana, fue capaz de escribir notas y editoriales en minutos sobre cualquier tema y extensión que le pidieran; y que, al ser inquirido sobre cómo lo hacía, respondió señalándose la frente y diciendo que “lo hacía con la cabeza”.

Belisario, el periodista godo que, pegado de Laureano y Álvaro Gómez, fue diputado de Antioquia, representante a la Cámara y miembro de la Asamblea Constituyente de Rojas Pinilla —a la que asistió para oponerse con vehemencia, de principio a fin, a la dictadura, con enormes consecuencias—; luego, ya con vuelo propio, Ministro de Educación y Ministro del Trabajo, antes de entrar al mundo de los eternos candidatos.

Belisario, que en plena crisis de deuda de los países de América Latina, defendiendo su tesis de que “Colombia tiene una buena casa, pero en un mal barrio”, tuvo que negociar un crédito internacional con el director del FMI. Y que, ante la negativa del francés a aceptar los programas diseñados por funcionarios colombianos —en lugar de técnicos extranjeros del Fondo—, le planteó en una reunión formal: “Usted, francés, paisano de René Descartes y su duda metódica, ¿no nos da el beneficio de la duda? Señor De Larosière, usted, paisano de los impresionistas, que se salieron de la casa principal para montar su tienda alternativa —¡y nadie sabe quiénes eran los otros! Señor De Larosière, nosotros somos los impresionistas”.

Belisario, después de leer este libro, mucho más que un simple expresidente.

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