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El libro perdido

Me siento al lado de la ventana que da al oriente. Miro los verdejos en la araucaria. Abro el libro delgado, sutil como la seda. Ya que estamos juntos hagamos otra vez el viaje, le digo. Y la próxima vez que te vayas a perder, avisa. Lo digo duro para que los demás libros entiendan.

hace 1 hora
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  • El libro perdido

Por Diego Aristizábal - desdeelcuarto@gmail.com

Pensé que nunca más volvería a verlo. Llevaba semanas buscándolo, pero nada, no estaba donde me aseguraba, lo había dejado la última vez. Sabía de memoria su tamaño, la cantidad de páginas; por eso a veces me ilusionaba con otros amarillos y pequeños de la colección de Anagrama de narrativa. Incluso sabía el número que le había puesto en el lomo aquella vez cuando llegué a tener catalogada mi biblioteca antes de mudarme una y otra vez.

No hay nada peor que buscar un libro cuando se necesita con urgencia, es como esas impresoras que te huelen el afán y no funcionan. A los libros les gusta jugar, son como duendes, como gatos torpes que se mueven del hogar y no siempre saben regresar.

Busqué aquel librito en lugares improbables. Una vez encontré una antología de poemas eróticos debajo de un mantel que unas monjitas del Sagrado Corazón me tejieron. Vivía solo, ni idea cómo emprendió el camino hasta ese tibio lugar. Aproveché para sacudir, encontré libros que no recordaba que tenía, pero de “Seda”, el libro de Alessandro Baricco, nada.

¿Cuántas veces pasa la vista por el mismo lugar antes de encontrar lo que busca? Después de encontrar un libro de José Manuel Arango en un lado (Prosas) y otro en otro (Poemas), decido ponerlos juntos para que no se extrañen, pienso, tener una biblioteca también es como pastorear, poco a poco juntamos los libros entre sí para que luego sea más fácil encontrarlos. Le doy vueltas al poema que acabo de leer de José Manuel: “píntame los senos/ de achiote y negro/ nos amaremos/ en el mediodía amarillo/ como en un desierto/ en la raya del alba/ como en la frontera de los reinos”. Me recuerda la sutileza del libro que busco, de la seda que era como tener la nada entre los dedos.

Guardo el libro de lomo rojo, me grabo la ubicación del poeta para siempre al lado de un libro de espaldas. ¡Un libro de espaldas! ¿Qué libro puede ser este? ¿De quién te escondes? ¿Acaso llegas de viaje? “Mil veces buscó los ojos de ella y mil veces ella encontró los suyos (...) Antes de la habitación, miró una última vez hacia ella. Le estaba mirando, con ojos completamente mudos, a una distancia de siglos”, podría decir. Después de tantos días ¡al fin te encuentro!, le digo, ¿por qué te fuiste solo? ¿De quién te enamoraste esta vez? Porque los libros encuentran amores y se van.

Me siento al lado de la ventana que da al oriente. Miro los verdejos en la araucaria. Abro el libro delgado, sutil como la seda. Ya que estamos juntos hagamos otra vez el viaje, le digo. Y la próxima vez que te vayas a perder, avisa. Lo digo duro para que los demás libros entiendan.

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