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Por Esteban Restrepo Monsalve - @EstebanRestrepoMonsalve
Este año leí 77 libros.
Casi los mismos libros que leí en mis 38 años anteriores. Decirlo así suena exagerado, pero es verdad. Y no, no lo digo como una medalla ni como una competencia silenciosa. Lo digo porque todavía me sorprende.
Cada vez que alguien menciona cifras así, aparece la reacción automática: lo importante no es leer mucho, sino leer con conciencia. Y sí, hay algo de razón en eso. Pero esa frase, repetida como mantra, tampoco cuenta toda la historia.
Este fue, por lejos, el año con más tiempo libre de toda mi vida adulta. Un año raro, atravesado por cierres, duelos y decisiones difíciles. Y decidí usar ese tiempo para leer. Para ponerme al día con libros que llevaba años postergando. El próximo año, casi seguro, leeré menos. Y también estará bien.
Hacer un ranking de libros es, de entrada, una trampa. Comparar una novela con un ensayo de negocios es como comparar una caminata larga con una conversación profunda: experiencias distintas, impactos distintos. Aun así, llevado por una mezcla de curiosidad y nerdismo, desarrollé un pequeño algoritmo de “batallas” uno contra uno entre libros, con empates y categorías no comparables, que terminó ordenando los 77 del año.
El resultado fue un top 10 tan arbitrario como honesto.
En el primer lugar quedó “Los cinco tipos de riqueza”, de Sahil Bloom. Un libro que no promete hacerse rico, sino algo más incómodo: revisar qué entendemos por una buena vida. Me ayudó a darme cuenta de lo desbalanceadas que estaban algunas de mis metas, demasiado concentradas en una sola riqueza: la financiera.
Luego apareció “Siddhartha”, de Hermann Hesse. Un libro viejo, muy leído, que llegó sin expectativas y se quedó conmigo. Ayunar, esperar, pensar. A veces la vida no se empuja; se acompaña.
Mi puerta de entrada a Stefan Zweig fue “Momentos estelares de la humanidad”. Ahí entendí que la historia puede narrarse como literatura sin perder rigor. Pequeños instantes, decisiones mínimas, personas comunes que terminan cambiando siglos enteros.
Libros como “La generación ansiosa” me hicieron más consciente como adulto y como padre, frente a los efectos reales de la tecnología en la infancia. “El almanaque de Naval Ravikant” me recordó que la riqueza, bien entendida, tiene más que ver con claridad que con acumulación.
También estuvieron Humboldt y la naturaleza como un sistema vivo en “La invención de la naturaleza”; el asombro físico y emocional de correr en “Nacidos para correr”; la sátira brillante de “Cándido o el optimismo”; la reflexión serena y dura sobre el final de la vida en “Ser mortal”; y, cerrando el top, “Lo que no tiene nombre”, uno de los libros más conmovedores de la literatura colombiana reciente.
Que un libro esté más abajo en un ranking no significa que sea malo. De los 77 que leí, recomendaría sin problema los primeros 60. Todo depende del momento vital del lector.
Leer tanto no me hizo mejor que nadie. Pero sí más consciente, más curioso y un poco más humilde. Y con eso, por ahora, es suficiente.