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Que no se nos olvide que eso fue hace nada, a finales del XVIII y que solo un siglo después los gringos nos pagaban el favor arrebatando a España Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam.
Por Humberto Montero - hmontero@larazon.es
El mayor ejército del mundo está en manos de un tarado que se dedica a airear en chats civiles los planes de ataque estadounidenses contra los rebeldes hutíes de Yemen, esos que tienen en ascuas el tráfico marítimo por el Canal de Suez. Hablamos del jefe del Pentágono, Pete Hegseth, criticado hasta por congresistas republicanos, que piden su dimisión. El mismo que en su libro “American Crusade” (”La cruzada estadounidense”) afirma que “la OTAN no es una alianza, sino un arreglo de defensa para Europa, pagado y respaldado por Estados Unidos”, y en el que propone que sea “desmantelada y reconstruida para que la libertad sea defendida de verdad”. ¿A qué libertad se refiere? Suponemos que a la suya nada más.
Sinceramente, ya que tan mala opinión tiene el fulano de Europa, que se largue de aquí y que se lleve sus casacas. Si tan gorrones somos, váyase, hombre. Desmantele las bases estadounidenses en Europa. De hecho, saque a la VI Flota de EE UU del Mar Mediterráneo, donde no pinta nada, que está muy lejos de su casa y cuesta un ojo de la cara mantenerla para protegernos.
Ojo, no soy un peligroso comunista, no. Soy un atlantista y europeísta convencido, liberal por los cuatro costados, lo que más les duele a los “nazionalistas” de cualquier país.
Porque, a ver, si queremos una OTAN que sea paritaria, como propugna el Hegseth este -de orígenes noruegos y que lleva tatuadas no sé cuántas cruces y hasta armas junto a las barras y estrellas- empecemos por permitir bases conjuntas europeas en suelo americano. Eso sí es paridad. Porque oiga, no le vamos a negar que ustedes sacaron las castañas del fuego a franceses e ingleses durante las dos guerras mundiales, pero si eso les da derecho a tener bases por aquí, a nosotros los españoles (y a los franceses, en menor medida) también se nos debería permitir plantar nuestras banderas en un acuartelamiento conjunto en Florida, Luisiana, Tejas, Nuevo México, California, Arizona o Nevada, por ejemplo. No en vano, les ayudamos en su Guerra de Independencia contra los británicos, cuando solo eran 13 colonias y prometían quedarse quietecitos hasta los Apalaches.
Que no se nos olvide que eso fue hace nada, a finales del XVIII y que solo un siglo después los gringos nos pagaban el favor arrebatando a España Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam.
Nada tengo contra Estados Unidos, al contrario, porque del rencor nada bueno surge. Me han leído propugnar la necesidad de fortalecer los vínculos trasatlánticos, de ampliarlos a Iberoamérica, de exigir a China apertura política y que deje de aplicar su estrategia de comprarse todas las tiendas de la calle para tener el monopolio del barrio. De plantarle cara de verdad a Putin, que no a la mayoría de rusos, sus víctimas, que están cayendo como chinches en Ucrania. Me han leído defender los principios de Estados Unidos, un país hecho por hombres libres y criticar también sus excesos, como que los vendedores de crecepelos y remedios mágicos de las películas del Oeste sigan engañando a los más pobres para llenarse los bolsillos. Como el Hegseth este.