Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6
Por Javier Mejía Cubillos - mejiaj@stanford.edu
Soy economista de formación: tengo un pregrado, una maestría y un doctorado en economía. No en economía del desarrollo, ni en economía social, ni en economía política, sino en economía pura y convencional. Fui entrenado como un economista ortodoxo, en el sentido más clásico del término.
Sin embargo, mi carrera profesional se ha desarrollado en disciplinas distintas, y en ese trayecto he aprendido cosas que desearía que mi formación inicial hubiese incluido. Hoy quiero hablar de una de ellas, algo que descubrí gracias a los politólogos.
Hace varios años, cuando me uní al Departamento de Ciencia Política de Stanford, me sorprendió notar cómo mis colegas distinguían claramente entre dos tipos de saber: el conocimiento metodológico—lo que uno sabe sobre cómo investigar—y el conocimiento sustancial—lo que uno sabe sobre el contexto que estudia. Esta diferencia no había sido especialmente relevante en mi experiencia previa en departamentos de economía. Allí, la especialización existía, pero solía ser metodológica o temática. Por ejemplo, un macroeconomista no se definía por su conocimiento detallado de la Reserva Federal o el Tesoro de Estados Unidos, sino por su dominio de modelos DSGE, series de tiempo o principios como la Regla de Taylor.
En ciencia política, en cambio, el conocimiento sustancial tiene una dimensión espacial marcada. Además de especializarse en temas—e.g. elecciones, movimientos sociales, grupos armados—, se espera que los investigadores sean expertos en al menos una región específica del mundo. Esto implica hablar alguna de sus lenguas principales; haber vivido o viajado extensamente por ella; conocer su cultura, historia e instituciones, y contar con una red sólida de contactos locales allí.
Esta diferencia responde, en parte, a la naturaleza de cada disciplina. El objeto central de la ciencia política—el Estado y las dinámicas de poder— varía enormemente entre contextos, mucho más que los mercados y las transacciones de bienes, que son el foco de la economía. Pero también parece influir la mayor diversidad metodológica de la ciencia política. Mientras la economía es una disciplina completamente cuantitativa, ampliamente dominada por las técnicas de inferencia causal, en ciencia política coexisten enfoques diversos, incluidos muchos cualitativos. Esta variedad dificulta formar comunidades temáticas unificadas, y la experticia espacial se convierte en un punto de encuentro. Es así, cómo, por ejemplo, los latinoamericanistas encuentran razones para encontrarse y discutir, aunque vean la región desde ángulos y métodos muy diferentes.
Cada disciplina, entonces, define sus prioridades según sus propias dinámicas internas. No me interesa juzgar cuál enfoque es mejor. Mi punto es que, a nivel individual, invertir en conocimiento sustancial es una decisión valiosa, incluso para un economista. En al menos tres dimensiones, este tipo de conocimiento es un activo de altísimo valor.
La primera es su utilidad práctica. Implementar ideas en el mundo real depende de las particularidades del contexto. Hay una brecha enorme entre las predicciones teóricas o las estimaciones empíricas y la realidad; el conocimiento sustancial es el puente que las conecta. Un economista que aspire a roles prácticos—como pronósticos macroeconómicos, análisis financiero o diseño de políticas públicas—necesita dominar este tipo de saber en profundidad.
La segunda es su potencial diferenciador. En contextos competitivos no estructurados—donde el éxito lo define un mercado o una audiencia, no una autoridad central—, destacar es clave. Ser un experto en el canon de la disciplina impresiona a los colegas, pero no suele impresionar al mundo exterior. El mercado de ideas lo componen millones de nichos, y la mayoría de estos nichos prefiere a un economista promedio con gran experticia en el contexto que le atañe antes que a uno excepcional pero desconectado de sus necesidades.
La tercera dimensión es personal. El conocimiento sustancial se construye viviendo activamente. Uno aprende del contexto interactuando conscientemente con él. Los idiomas se dominan hablando regularmente con personas, la cultura se aprende prestando atención a los símbolos y las narrativas, y los contactos se construyen siendo generoso y confiable con la gente. En otras palabras, llevar una vida consciente suele generar, como resultado natural, un profundo conocimiento sustancial, del cual uno debería sentirse orgulloso.
¿Cuánto conocimiento sustancial tiene usted? ¿Qué tanto valora el que ya posee?