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Por José Manuel Restrepo Abondano - jrestrep@gmail.com
En tiempos donde el bullicio de la confrontación y de la polarización parecen imponerse sobre el susurro de la esperanza, la semana mayor llega como un oasis espiritual y una oportunidad para reencontrarnos con lo esencial: el valor de la vida, la fuerza de la fe y la urgencia de la reconciliación. En la calma de estos días, Colombia, espero haya tenido la oportunidad de mirar con ojos nuevos su enorme potencial: un país biodiverso, multicultural, profundamente espiritual y lleno de talento humano diverso que no puede seguir atrapado en las cadenas del odio, la división y el resentimiento.
Como lo recordó recientemente el Papa Francisco, “la esperanza no defrauda”. Su propia recuperación, luego de momentos complejos de salud, es testimonio vivo de que la fragilidad puede ser el punto de partida para una renovación más profunda. Y es precisamente eso lo que necesita nuestra nación: renacer desde lo más humano, sanar desde dentro, y aprovechar los momentos difíciles y de incertidumbre para reconstruirse desde allí.
Vivimos en una tierra muy rica y fecunda, no solo en recursos naturales, sino en expresiones culturales, en la diversidad de sus regiones, en la capacidad de sus jóvenes y en la resiliencia cotidiana de millones de colombianos que, aún en medio de las dificultades, siguen creyendo en un mejor mañana e incluso salen adelante con tenacidad y esfuerzo. Pero esta riqueza corre el riesgo de marchitarse si no construimos una verdadera civilización del amor. Una donde el otro no sea enemigo, sino hermano o aliado.
En estas fechas, nuestros líderes espirituales, han sido claros en su llamado a cuidar nuestra casa común, como insiste el Papa Francisco en “Laudato Si”. No podemos permitir que el afán por el poder o la indiferencia ante el sufrimiento nos lleven a destruir nuestro entorno ni a abandonar a los más pobres y marginados. Hoy más que nunca necesitamos una economía con rostro humano, con corazón, un liderazgo con sentido ético y una política que reconcilie y no divida.
Pero, al anterior llamado y pensando en los habitantes de aquella “casa común”, se debe sumar un esfuerzo consciente y significativo para enfrentar la pobreza y la inequidad, que siguen siendo heridas abiertas en nuestro continente. Ese llamado también es para Colombia, donde millones de familias anhelan un país más justo, donde nacer en pobreza no sea una condena, y donde cada colombiano tenga oportunidades reales para construir su proyecto de vida y libertades de permiso para hacer y crear.
Finalmente la familia, célula básica de la sociedad, debe volver al centro de nuestras prioridades. En ella se siembran los valores, se aprende la solidaridad y se cultiva el amor que trasciende diferencias. Y es la educación, inspirada en principios, la que permitirá formar ciudadanos comprometidos con el bien común y no con el bien particular.
Semana Santa no debe ser solo un paréntesis religioso. Es una invitación a mirar al otro con compasión y a reconocer que no hay redención sin entrega, ni resurrección sin cruz. Que la experiencia de esta Semana Santa nos inspire a ser luz, arquitectos de paz y constructores de un país reconciliado y lleno de esperanza.
Rector Universidad EIA.