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Cuando la consciencia se apaga, el poder se oscurece

Cuando un líder pierde esa brújula, las consecuencias se amplifican. Un presidente sin consciencia no solo toma malas decisiones.

hace 12 horas
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  • Cuando la consciencia se apaga, el poder se oscurece

Por Juan Camilo Quintero M. - @JuanCQuinteroM

En los últimos años, hemos escuchado con fuerza una palabra que para muchos sigue siendo abstracta: consciencia. Otto Scharmer, desde el MIT, la describe como la capacidad de reconocer desde dónde operamos. Es decir, si actuamos desde el ego, el resentimiento y el miedo, o desde un estado expandido de atención, empatía y serenidad interior. Estos conceptos, aunque parezcan filosóficos, lo cambian todo. A nivel personal, y a nivel país, y no son superfluos, están basados en el pensamiento de dinámica de sistemas. Desde otra orilla, Daniel Kahneman lo complementa con su teoría de pensar rápido y pensar despacio. El pensamiento rápido es impulsivo, emocional y ha sido útil para sobrevivir. Pero en el mundo actual, liderar desde ese lugar es peligroso. El pensamiento lento nos invita a pausar, reflexionar, meditar, conectar con la intuición limpia, esa que no grita pero que sabe. Sin consciencia, la brújula interna se descalibra y empezamos a navegar a ciegas.

Cuando un líder pierde esa brújula, las consecuencias se amplifican. Un presidente sin consciencia no solo toma malas decisiones: arrastra a una nación completa hacia su propio desorden interior. Y eso es lo que preocupa con el presidente Gustavo Petro. Su aparente incapacidad para pensar despacio, procesar emocionalmente, tomar distancia de sus traumas y superar resentimientos, los cuales parecen estar afectando su criterio. Cuando los excesos se vuelven hábitos, sean drogas, alcohol, ego, ideología o adicción al aplauso, el pensamiento se enturbia, la mente se fragmenta, la sensibilidad se apaga. Un líder atrapado en ese estado pierde la capacidad más profunda: discernir.

La inclusión de Petro y de su familia en la lista Clinton resalta la pérdida de confianza y evidencia la falta de conciencia en las acciones del presidente. No es correcto pensar que es un gran líder que lucha contra las drogas mientras las hectáreas de coca se multiplican sin freno, y mucho menos pensar que actúa con firmeza contra el crimen cuando todos somos espectadores de cómo los criminales ganan terreno cada día. ¿Quizás más que ingenuidad no será más bien connivencia? ¿Estamos frente al líder que, día a día, apaga más su consciencia y permite que emerja el caos? Hoy día, presenciamos como se deja de atender el bien común y se gobierna desde las reacciones impulsivas, guiadas por heridas no resueltas. En vez de gobernar para sanar, se gobierna para vengar.

Hoy Colombia no necesita un mesías delirante, necesita un presidente consciente, capaz de pausar, respirar y escuchar. El momento histórico requiere de alguien dispuesto a liderar, primero su mundo interno, antes de pretender transformar el externo. Como diría Scharmer: “lo más importante es saber desde dónde opero”. Si me muevo desde la rabia, si los excesos nublan mi mente, si el odio se convierte en mi consejero, entonces el país entero pagará la factura. La consciencia es, al final, el mayor acto de responsabilidad pública. Sin ella, el poder se vuelve una droga más peligrosa que cualquier otra. Colombia necesita líderes despiertos, no intoxicados y, ese despertar siempre empieza por casa.

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