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El long tail y la lección silenciosa de Suiza

Mientras otros países se obsesionan con crear ‘la próxima gran industria’, Suiza cultiva una multitud de pequeñas grandes industrias.

hace 4 horas
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  • El long tail y la lección silenciosa de Suiza

Por Juan Carlos Manrique - opinion@elcolombiano.com.co

Un lector del New York Times envió un correo que decía: “Hagan una sola edición —solo una— que no incluya la palabra ‘Trump’. ¿Aceptan el reto?”. Para el caso colombiano sería: “Hagan una sola edición —solo una— que no incluya la palabra ‘Petro’. ¿Aceptan el reto?”. No es fácil hacerlo ante el torrente de noticias que producen estos personajes, pero quizá la reflexión de fondo es otra: una invitación a pensar más lejos que la coyuntura inmediata.

Hace poco, en una conversación con un amigo —Alejandro Botero— surgieron varias reflexiones sobre Suiza y cómo este país, con una consistencia admirable, se ha venido distanciando del lote de las principales economías. ¿Dónde pueden estar algunas claves? Ahí está el punto.

Chris Anderson popularizó hace dos décadas una idea que transformó la manera como entendemos los mercados: el long tail, esa larga cola de valor creada por nichos que, sumados, pueden generar más que el pequeño grupo de “superestrellas” que dominan la parte visible del mercado.

La lógica del long tail cambió el comercio electrónico, la distribución cultural, la economía del software y la forma como las empresas diseñan su oferta. Pero más allá del mundo digital, hay un país que lleva décadas aplicando esa filosofía sin mencionarla: Suiza.

Cuando se habla de Suiza, casi siempre se mencionan los relojes, el chocolate, las finanzas o la neutralidad. Pero esos son solo los productos visibles, las “cabezas gordas” del gráfico. La verdadera competitividad suiza está en otra parte: en la larga cola.

Suiza ha construido un ecosistema donde cientos de sectores especializados, altamente técnicos y profundamente nichados generan valor sostenido. Empresas que fabrican tornillos para aviones con tolerancias microscópicas. Laboratorios que desarrollan sensores imposibles de producir en otra parte. Talleres que crean componentes industriales que solo entienden veinte personas en el mundo. Marcas familiares de quesos o vinos que exportan menos volumen, pero más margen. Firmas de ingeniería que venden conocimiento más que obra.

Esa acumulación de nichos —diversos y profundos— es la esencia del long tail aplicado a una estrategia país.

El resultado es contundente: un PIB per cápita entre los más altos del mundo, una economía que casi no se altera en las crisis globales y un tejido empresarial donde conviven gigantes multinacionales con compañías de veinte empleados que exportan a Medio Oriente, India o Corea. Suiza entendió antes que muchos que la prosperidad no depende de tener pocos sectores enormes, sino miles de sectores robustos.

Mientras otros países se obsesionan con crear “la próxima gran industria”, Suiza cultiva una multitud de pequeñas grandes industrias. Ese es su verdadero superpoder.

Un país pequeño, sin mares, sin recursos naturales extraordinarios y rodeado de potencias puede ganar jugando el juego largo: diversidad productiva, nichos competitivos, valor agregado y disciplina institucional.

Muchas soluciones pequeñas, sostenidas por miles de actores capaces de competir globalmente desde la larga cola. Esa es la lección silenciosa de Suiza, más allá de las coyunturas.

Y la otra: podemos seguir discutiendo con foco obsesivo sobre Trump, Petro o el titular del día, mientras otros —en la larga cola— nos pasan por el lado sin hacer ruido.

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