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La partida de Mario Vargas Llosa a sus 89 años supone no solo la despedida de uno de los genios más grandes de las letras, si no el fin de la era del boom latinoamericano; ese fenómeno literario que abarcó una generación de escritores de este lado del continente que deslumbraron al mundo entero con la riqueza de su lenguaje y la intensidad de sus historias.
Don Mario, para mí el más grande de esa corriente de artistas, fue inspiración propia y vital en mi camino de amor profundo a la literatura. Además de un par de maestros con los que en algún momento de mi vida tuve la suerte de chocarme (esos sí personalmente), y a los que quisiera reconocer hoy públicamente por haberme acercado tantísimo a las letras -el filólogo, poeta y músico, Pala (Carlos Palacio) y el estratega político Camilo Rojas-; Mario Vargas Llosa, definitivamente cambió mi vida y mi forma de ver el mundo, al acercarme a la verdadera riqueza que se da cuando abrimos un libro y vivimos otras vidas y viajamos a otros tiempos. Su obra, además de abrir mi cabeza a la historia, la cultura, la naturaleza humana y la literatura; marcó de forma determinante mi visión sobre el individuo, la sociedad y la política.
La vida de Mario Vargas Llosa encarnó el adagio popular de que, “quien a los 20 no fue de izquierdas, no tiene corazón; y quien a los 40 lo sigue siendo, no tiene cerebro”. Tras una juventud en el marxismo y el existencialismo, con el encarcelamiento de Hebert Pinilla por el régimen de Fidel Castro, Vargas llosa rompió con la Revolución Cubana y quedó decepcionado de los autoritarismos para siempre. Desde ese momento abrazó el liberalismo como ideología y modelo de vida, pero sobre todo como batalla cultural que debía darse de frente y sin titubeos.
Sus posturas políticas férreas, controvirtieron con la onda buenista sembrada por el wokismo reinante o por la tibieza bienpensante, que tanto daño han hecho a las libertades y a los valores de la civilización occidental.
Vargas Llosa, con su intelecto robusto, prosa aguda, mente libre y carácter recio; confrontó sin timideces el socialismo del siglo XXI que esparcía sus tentáculos sobre Latinoamérica. Desafió la tendencia alienante globalista, las orientaciones autócratas que se cernieron en los gobiernos de México de López Obrador, la Argentina Kirschnerista y la Colombia de Petro; y la estupidez rampante que se mimetiza en los latinoamericanos con nuestra preferencia deliberada de la pobreza, cuando insistimos en elegir las peores opciones políticas. De la misma manera, y con igual brío y posturas diáfanas, fue generoso para exaltar la valentía de quiénes se mantuvieron en la lucha por la democracia latinoamericana. Así lo hizo y así lo recordaremos cuando en aquel encuentro en Madrid en el 2023, elogió al presidente Álvaro Uribe Vélez con las palabras justas, con las que solo un escritor de sus calidades, lograría describir la grandeza de un verdadero líder: “Usted es un verdadero héroe de la Gran Revolución Democrática que cada vez se aleja más de América Latina. Sabemos que Colombia atraviesa un momento difícil, pero sabemos que Colombia saldrá adelante. En gran parte, gracias Usted”.
Dicen que bebía poco, pero que nada le agradaba más que un almuerzo sin afanes con amigos, acompañado de un buen vino español. En eso, también me siento complacida de admirarle. Don Mario se fue, pero su genialidad intelectual, liberal y de exquisita erudición, nos acompañará por los siglos de los siglos, en su prosa magistral. Nos dejó el Maestro, y solo queda decir, qué gran privilegio el nuestro, haber compartido época con alguien de sus dimensiones.
“La libertad, según los liberales, es una sola y debe darse simultáneamente en el campo económico, político, social, individual. Y todo lo que signifique mayor libertad es bueno para el conjunto de la sociedad”.
(Las comillas son tomadas de un artículo de la BBC, que cita una entrevista dada a la misma cadena en 2019).