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Y aquí estamos exactamente en el mismo lugar; aquí estamos tantos años, tantos gobernantes y tantas promesas, después repitiendo la escena, dándonos golpes, perpetuando la violencia.

hace 15 horas
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Por Sara Jaramillo Klinkert - @sarimillo

No más balas. No más muertos. No más niños sin padres. No más padres sin hijos. No más madres ejerciendo también de padres. No más viudas. No más sangre. No más miedo. No más lágrimas. No más desesperanza. No más historias que se repiten y se repiten y se repiten sin que nadie aprenda nada. No más payasos haciendo mofa de la repetición. No dan risa, tan solo un poco de pena, pero ellos son los últimos en enterarse. Entiendo que sea difícil mostrar humanidad cuando se lleva puesto un disfraz a conveniencia. No más disfraces. No más conveniencia. El dolor no tiene banderas. No más dolor. No más banderas. Ningún mesías va a venir a salvarnos. Tenemos que salvarnos nosotros solos, nosotros juntos y con tanto odio contenido jamás vamos a lograrlo. Ninguna muerte está justificada. En eso de ser colombianos, querámoslo o no, vamos todos en la misma barca. No más naufragios. Si hemos de navegar tenemos que remar hacia el mismo lado, de lo contrario, seguiremos dando vueltas en círculo. Somos la serpiente que se come su propia cola. Somos el show principal del circo. Somos la barca que no avanza y le echa la culpa a las olas. No más serpientes. No más circos. No más barcas a la deriva.

Yo crecí en la peor Colombia posible. Crecí creyendo que era normal salir de casa una mañana y no regresar por la noche. Que era normal vivir con miedo de caminar hasta la esquina. Que era normal que mataran al papá. Cinco niños aferrados a un ataúd antes de que la tierra se lo tragara era una imagen cotidiana, la veías a diario en las noticias y, sin embargo, fue la que puso fin a mi infancia. De repente lo normal era pasar los domingos en el cementerio. Lo normal era decidir en familia qué flores íbamos a llevar. Lo normal era aberrante, pero nadie veía esa aberración, ocupados como estábamos lidiando con nuestros propios fantasmas. Y aquí estamos exactamente en el mismo lugar; aquí estamos tantos años, tantos gobernantes y tantas promesas después repitiendo la escena, dándonos golpes, perpetuando la violencia. ¿Cuánto dolor puede aguantar un ser humano antes de darse cuenta de que vivir con dolor no es normal? No más niños aferrados a un ataúd. No más domingos en el cementerio. No más familias desmembradas. No más sociedades enfermas. No más fantasmas. No más flores cortadas. No más generaciones creyendo que lo aberrante es normal; creyendo que el odio es la solución para la violencia. El odio sólo produce más odio. Lo dijo Baudelaire y lo dijo hace mucho: «El odio es un borracho al fondo de una taberna que constantemente renueva su sed con la bebida». No entiendo por qué seguimos siendo ese borracho; por qué seguimos embriagados de odio; por qué no comprendemos de una buena vez que el odio sólo produce violencia y la violencia sólo produce odio. Qué cansancio vivir así. En serio, qué cansancio. No más.

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