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Aún no despierto de la energía revitalizadora y conmovedora que dejó el sonido milonguero en el aire, la voz melancólica del bandoneón, la eternidad de Gardel flotando sobre las montañas y la euforia compartida de un pueblo entero que vibró, cantó, bailó y lloró con el tango. Todo eso sucedió en Jericó, Antioquia, durante el festival Bandoneonísimo.
Y más que hacer una reseña periodística de un fin de semana de espectáculos, quiero contarles —para que se antojen— sobre este festival que la vida me regaló como un descubrimiento luminoso hace unos años y que desde entonces no ha dejado de conmoverme.
Jericó, ese rincón sagrado del suroeste antioqueño, en el mes de julio se convierte en una melodía de arrabal. Sus calles se llenan de acentos rioplatenses, de nostalgia porteña y de alegría campesina. Las casas coloniales se adornan con música, la plaza se vuelve escenario y el lunfardo aparece entre los saludos de la gente. Todo esto gracias a un evento que ha ido creciendo con corazón, arte y resistencia: el Festival Bandoneonísimo.
Nacido hace siete años, este festival celebra un género musical que, aunque en apariencia lejano, ha echado raíces profundas en nuestras montañas. Porque el tango, aunque nacido en los márgenes de Buenos Aires y Montevideo, encontró en Colombia un nuevo hogar. Llegó a lomo de mula, en discos que cruzaron veredas, y se quedó para siempre cuando Carlos Gardel murió en Medellín. Desde entonces, lo hemos hecho nuestro. Y en Jericó, año tras año, lo seguimos celebrando con el alma.
Bandoneonísimo no es solo una cita con la música, es un viaje por la historia. Es un acto de memoria y un canto colectivo. Este año, el festival propuso un recorrido emocional y sonoro que nos llevó por los pasajes más íntimos del tango. Uno de los momentos más conmovedores fue el espectáculo central, titulado Memorias de un bandoneón, una puesta en escena en la que el propio instrumento —ese pulmón de fuelle que respira melodías— narra su historia como testigo y protagonista del género.
Con dirección musical del maestro Pablo Jaurena y la interpretación de la Orquesta El Empuje, este viaje nos llevó desde los muelles de la migración hasta los salones dorados de Buenos Aires; desde la eternidad de Gardel hasta la rebeldía vanguardista de Piazzolla; desde los cafés de Medellín hasta los escenarios del mundo. Música en vivo, danza, narrativa íntima y una escenografía austera pero poderosa dieron forma a un espectáculo que más que escucharse, se sintió en la piel.
El festival también incluyó talleres, charlas magistrales, conversatorios, recorridos nocturnos por el pueblo, performances callejeros y encuentros espontáneos entre músicos, bailarines y público. Todo esto, en medio de las montañas, con aroma a café y acento paisa. Es así como Jericó se convierte, por unos días, en una capital cultural del tango.
Bandoneonísimo es un espacio descentralizado, necesario, que le apuesta a la memoria, al arte y a la industria cultural del país. Porque no todo tiene que pasar en las grandes ciudades. A veces, la emoción más pura y la historia mejor contada florecen en los pueblos, donde la tradición y la sensibilidad siguen vivas.
Solo quería contarles eso. Que en el suroeste antioqueño existe un festival de tango. Que en Jericó hay un lugar para la nostalgia, para la resistencia, para el arte bien hecho. Y que el próximo año, seguro, volverá con más fuerza, con más música, con más historias que merecen ser contadas.
Por muchos más años de Bandoneonísimo.
Por muchos más años de tango en la piel.