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El pastorcito mentiroso

hace 10 horas
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  • El pastorcito mentiroso

El nombramiento de Alfredo Saade Vergel como jefe de gabinete del presidente Gustavo Petro marca un nuevo punto bajo en la historia reciente de Colombia y es una preocupante señal sobre el rumbo que ha tomado el gobierno nacional en su tramo final. Lejos de representar un perfil técnico, equilibrado o moderado —virtudes que el país esperaría de quien coordina el corazón del Ejecutivo—, Saade encarna la mezcla más peligrosa entre oportunismo político, improvisación y fanatismo retórico.

Conocido por autodenominarse “pastor”, aunque no existe una sola organización religiosa reconocida en Colombia que lo avale como tal, Saade ha sido reiteradamente desmentido por entidades como la Conferencia Evangélica de Colombia y la Asociación de Ministros del Evangelio, que niegan su pertenencia o vocería en el mundo cristiano. A pesar de ello, ha construido un relato público basado en una supuesta autoridad moral y espiritual que no resiste el más mínimo escrutinio.

Un personaje que no es pastor, pero que se presenta como tal, ya da cuenta de un patrón preocupante: el del “pastorcito mentiroso”, que también ha trasladado sus extravíos al ejercicio del poder.

El episodio más revelador de esta conducta fue su afirmación, en tono oficial, de que el contrato con una imprenta portuguesa para la expedición de pasaportes “se firmaría en las próximas horas”. Eso dijo hace poco más de una semana. Tal fue la falsedad —confirmada por la propia Cancillería tras una llamada desconcertada del gobierno portugués— que no sólo quedó en evidencia la falta de información del funcionario, sino también el caos administrativo que vive la Casa de Nariño. Ayer, Saade ha vuelto a decir que ya sí hicieron las mesas técnicas: “Estamos listos para firmar con Portugal. Luego de reuniones técnicas todo está acordado”. Es decir, él mismo deja en evidencia su yerro previo.

Pero el problema con Saade va más allá de un episodio diplomático. Sus posturas políticas también alimentan la alarma. Ha propuesto el cierre del Congreso, la reelección presidencial, el también cierre de medios de comunicación y la convocatoria a una asamblea constituyente. Es decir, todo lo que en democracia le incomoda a su jefe... ¡Qué cierre!, dice el “pastor”.

En paralelo, su cercanía con sectores oscuros del poder local también suscita inquietudes. En Cúcuta, su nombre sonó para la alcaldía en 2023, y le señalan cercanía con el condenado exalcalde Ramiro Suárez Corzo. Su conversión ideológica —de buscar aval del Centro Democrático en 2019, a ser precandidato presidencial del Pacto Histórico en 2022— retrata que su ideología es maleable, pero su devoción al poder es constante.

Su papel durante el gobierno ha sido ambiguo: pasó de ser operador político informal en la Dirección de Asuntos Religiosos del Ministerio del Interior, a contratista en La Guajira, y ahora es la persona encargada de organizar el gabinete presidencial.

La figura de Saade se asemeja cada vez más a la de aquellos cortesanos del siglo XXI que pululan en gobiernos personalistas, cuya función no es aportar ideas ni fortalecer la gestión pública, sino adular al gobernante y repetir sin cuestionamiento alguno su narrativa. En su gestualidad, en su retórica inflamada y en su obediencia servil, recuerda peligrosamente al Nicolás Maduro que Hugo Chávez promovió en sus últimos años de mandato: un personaje sin trayectoria, investido con poder por su devoción, no por sus capacidades.

La pregunta que queda es: ¿por qué Petro confía tanto en alguien así? La respuesta está en una frase que ha resonado entre funcionarios: el presidente quiere cerrar su mandato rodeado de quienes “se la juegan sin titubear”.

El nombramiento de Alfredo Saade, más que una decisión política, es un acto de desprecio por la función pública. Refleja el agotamiento de un gobierno que ya no busca sumar talentos, sino blindarse con quienes estén dispuestos solo a ratificar al Presidente sus prejuicios. La ciudadanía —sobre todo la que creyó en un cambio fundado en la justicia social, la transparencia y el respeto institucional— merece una explicación.

Colombia no puede naturalizar que el jefe de gabinete de la Presidencia sea un personaje que ha mentido al país desde un micrófono oficial, que propone el cierre de las instituciones y que juega con símbolos religiosos sin tener legitimidad espiritual.

Ojalá no ocurra como en la fábula, que cuando llegue el verdadero lobo —el del autoritarismo y la ruptura democrática— nadie va a creer la alarma. Porque ya habremos escuchado demasiadas veces las barbaridades del autodenominado pastor.

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