Al taller de Rubén Darío Agudelo, en el municipio de Jericó, llegaron dos empresarios chinos que deseaban observar de cerca cómo tomaba forma un carriel antioqueño, ese bolso singular que pasó de ser solución práctica para que el campesino y arriero llevaran de todo consigo a convertirse en pieza preciosa, patrimonio cultural.
Entrados en gastos le preguntaron a Rubén Darío si era posible que elaborara para ellos unos guarnieles personalizados, querían grabados y tallados sobre el cuero; tal vez dragones y otros animales rodeados de flores, tal vez palacios y templos con sus techos curvos y fluidos. Algunos símbolos de la cultura más antigua del mundo plasmados sobre un legado montañero. Claro que sí, les dijo Rubén Darío. Cuántos días se van a quedar, les preguntó. Los empresarios se miraron confundidos. Estaban convencidos de que encontrarían un producto digno de colección, pero con un proceso de tecnificación: ensamblaje mecanizado de las piezas de cuero, impresoras 3D para los grabados, cosas así. Estaban seguros de que en cuestión de un rato saldrían del taller con sus carrieles colgados.
Fue entonces cuando dimensionaron el original proceso artesano detrás de un carriel antioqueño y el valor del resultado; el sello y la identidad de cada pieza terminada. Después de tener en sus manos una muestra, hicieron un pedido de 32 guarnieles, cada uno con dibujos, grabados y tallados únicos.
Rubén Darío, sus dos hijas Carolina y Alejandra, y su yerno Juan Felipe García se pusieron a trabajar en el pedido de los chinos. Rubén Darío y Juan Felipe se concentraron en el proceso madre: la selección de los cueros de res; la pulida maniobra con los moldes; el lento pegado de las 118 piezas, el agotador ribeteado para amansar el charol; la creativa disección del bolso para distribuir hábilmente los doce bolsillos (incluyendo los secretos); la confección de la tapa con su frente peludo, sus vivos colores rojo y amarillo, las orejas, la lengua, el pasador; y finalmente, el ajuste de argollas y hebillas.
Luego entraron a escena Carolina y Alejandra para dar vida a las formas que habían pedido los chinos. Otra etapa de una delicadeza y grado de detalle extraordinarios. Con sus manos y un numeroso juego de herramientas tallaron sobre el cuero cada pétalo, cada pelo, cada forma.
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Cuando los 32 carrieles llegaron a China los empresarios quedaron eufóricos. Les enviaron una foto desde una bodega gigantesca en la cual se veían 32 mujeres luciendo elegantemente los guarnieles. Impacientes, le pidieron a Rubén Darío cerrar de inmediato el trato, 32.000 carrieles, 1.000 por cada uno de los estilos elaborados. Les propusieron trabajar exclusivamente para ellos unos tres o cuatro años. Un negocio superior a los $13.000 millones, el doble de lo que necesita Jericó para su funcionamiento público cada año. Pidieron la cuenta para consignar el 50% del trato, para comprometer al maestro artesano y ponerlo manos a la obra. Rubén Darío sabía que se trataba del negocio más grande en la historia de la guarnielería, un hito en la historia de las artesanías colombianas. Entonces no dudó en responder a la propuesta: gracias, pero no.
Cuando se enteraron de su respuesta, sus amigos y colegas pusieron el grito en el cielo, lo criticaron de mil formas, pero él se mantuvo firme, sabía que era la venta de 100 vidas, pero también sabía que ni juntando a todos los guarnieleros de Antioquia sería posible cumplir con ese pedido. Decidió no empeñar su tranquilidad. Además, sabía y sabe que la salvación del carriel no llegará con una venta por más suculenta que sea y por más estrafalaria que sean las ganancias.
Y es que el carriel, convertido en 2021 patrimonio cultural de la Nación y que desde hace unos días integra la exclusiva lista de 30 productos colombianos con Denominación de Origen, enfrenta peligros que enrevesan su futuro.
Genealogía guarnielera
Cuando el guarnielero se presenta dice su nombre y el del maestro que le enseñó el oficio. Ambos nombres son necesarios para armar su identidad. La genealogía en la guarnielería es un asunto muy serio. En el taller de Rubén Darío, arriba de la foto del papa Francisco luciendo su carriel, hay una pancarta con una ramificación de nombres, uno es el de Apolonio Arango.
El lugar y las circunstancias que dieron origen al carriel siguen siendo objeto de mitos y disputa. Una de las versiones más documentadas señala que envigadeños como Apolonio migraron a Jericó entre finales de los 1800 y comienzos de 1900 para abrir talleres de fabricación de guarnieles, que si bien se elaboraban desde hacía más un siglo a manos de talabarteros, se volvió en ese entonces elemento indispensable para la cotidianidad campesina y la creciente industria cafetera.
De pioneros como Apolonio se desprenden nombres como el de Rafael “Lito” Velásquez, quien tuvo el taller más reconocido en Jericó. A inicios de los 50, con 15 años, Darío Agudelo Bermúdez –padre de Rubén Darío– entró como aprendiz al taller de Lito, pagándole 100 pesos por el derecho a estar cerca a los guarnieleros y aprender el oficio. Su maestro fue Gildardo Uribe y solo seis meses de aprendizaje le bastaron para convertirse en guarnielero, y poco después, en administrador del taller. Estuvo allí ocho años hasta que Lito Velásquez decidió cerrar el taller y le dijo que era hora de hacer su propio camino. Darío no le quiso recibir liquidación, le dijo que con el aprendizaje y los años de experiencia que le permitió allí estaban a mano. En retribución a ese gesto, Lito le facilitó el primer taller para que se independizara y sirvió como “fiador” para que ese veinteañero que nunca había salido de Jericó comprara sus primeras pieles en Medellín.
Darío es uno de los grandes maestros guarnieleros de la historia. Formó a varias generaciones incluyendo a sus hijos John Jairo, Saulo y Rubén Darío. En 1987 recibió el Premio Nacional a la Maestría Artesanal, reconocimiento que obtuvo también Rubén Darío en 2016. La dinastía Agudelo ha puesto carrieles en manos de los últimos papas, de reyes y presidentes.
Rubén Darío legó su conocimiento a sus hijas Carolina y Alejandra, y a su yerno Felipe. Aunque todavía resisten en Envigado, Andes, Fredonia, El Retiro y Támesis un puñado de talleres, el carriel antioqueño existe gracias a Jericó. Y, en buena medida, gracias a la familia Agudelo, pues mientras linajes enteros de guarnieleros de extinguieron, la familia Agudelo es la única que completó tres generaciones ininterrumpidas de actividad en el oficio.
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Las manos que faltan
En el relevo generacional está toda la clave. El estado de las expresiones culturales o artesanías elevadas a patrimonio se puede medir de una manera similar con la que determinan el estado de conservación de especies. Depende de qué tan nutrido es el grupo de personas que la materializan, qué tanto conserva sus características originales para precisar si se mantienen sólidas o se encuentran en riesgo de extinción. En Envigado, aunque tienen fiestas en su honor, la guarnielería está casi extinta. De 15 talleres que tuvo en su apogeo en los 60 hoy solo tiene uno. En San Pedro de los Milagros se extinguió el carriel sanpedreño, una “especie” de guarniel diferente al jericoano (más pequeño) cuya elaboración se fulminó porque el conocimiento quedó en manos de un puñado de familias que nunca legó el conocimiento. Solo fue hasta hace unos ocho años que Rubén Darío lideró su rescate con los poquísimos restos que quedaban de éste, y apenas hace unos meses, después de décadas de desaparición, el sanpedreño volvió a producirse por manos nativas.
Carolina y Alejandra se habían radicado en Medellín para estudiar en la UdeA con planes que parecían muy distantes al oficio familiar. Pero un día llamaron a Rubén Darío para avisarle que volverían, que abrirían su propio local y le darían su propio sello a la guarnielería con tallados y grabados y nuevos diseños para hacer aún más exclusivas prendas que en sí tienen carácter de colección. El local de las únicas guarnieleras activas de Antioquia y el taller de Rubén Darío son vecinos ubicados una cuadra arriba de la iglesia principal de Jericó.
Juan Felipe, con quien Rubén Darío trabaja codo a codo de martes a domingo, llegó al taller por azar hace doce años mientras esperaba a que reventara algún trabajo para ejercer como tecnólogo ambiental. Pero probó finura y en menos de un año se convirtió en guarnielero. Es una historia familiar que va a contracorriente del panorama del oficio. De 120 guarnieleros que llegó a tener Jericó hoy tiene a lo sumo 17 que dominen el oficio totalmente. De 22 talleres hoy quedan siete.
El carriel es una artesanía con un mercado prometedor y antojadizo. El despertar turístico de Jericó por la Madre Laura avivó las ventas que ya acusaban a principios de siglo la decadencia de una prenda que dejó de ser de uso cotidiano hace décadas. Pero también trajo algunos problemas que ya despuntaban desde hace algún tiempo.
La masificación de materiales sintéticos, el poco conocimiento del comprador sobre las características originales del carriel y el apogeo turístico facilitaron la proliferación de carrieles piratas y de calidad deficiente, así como de mercaderes y oportunistas que especulan con precios y laceran la imagen y legado de la prenda.
Un carriel del taller de Rubén Darío cuesta 450.000 pesos. A la semana fabrican en promedio seis, la mayoría bajo pedido. Es una producción ajena totalmente a la cantidad y que se apoya plenamente en la calidad, en la identidad de cada pieza.
Por eso califican como un punto de quiebre la Denominación de Origen que acaba de otorgar la Superintendencia de Industria y Comercio al Carriel antioqueño. Según Adriana Mejía, gerente de Artesanías de Colombia, la denominación es fruto de un trabajo de años en el que los guarnieleros lograron demostrar que la prenda que ellos y sus ancestros han elaborado por al menos 150 años cumple con los criterios de calidad, reputación y vínculo geográfico, y que son el resultado de técnicas de fabricación artesanal y saberes transmitidos de generación en generación que no se han deformado y que, por el contrario, se han reforzado para perdurar muchas más décadas.
Rubén Darío no oculta su satisfacción. A pesar de las sombras que ve en el futuro del guarniel no puede negar que hoy tiene un lugar en la cultura del país que su papá no alcanzó a ver. De hecho, recuerda que cuando su padre ganó el Premio Nacional a la Maestría Artesanal a nadie en el pueblo le pareció relevante. Hoy el carriel es patrimonio de la Nación, tiene acuñada una moneda conmemorativa de $20.000 emitida el año pasado por el Banco de la República, y con la nueva Denominación de Origen –recalca– tienen por fin un sello que los distingue como creadores de una pieza con valor, identidad y características únicas que les permite competir en mejores condiciones frente a la producción en masa, un distintivo con el que incluso abren puertas en mercados internacionales de manera resuelta.
A Juan Felipe le entusiasma el potencial que ofrece la Denominación de Origen en el mercado, pero lo que más le inquieta es que sirva realmente para incentivar el relevo generacional, que las generaciones cada vez más ajenas a la idea de ganarse la vida con un oficio manual que implica paciencia y tiempo se sientan atraídas por la posibilidad de prolongar un estirpe de maestros de una artesanía extraordinaria apetecida en el mundo.
Felipe advierte que hacen falta proyectos concretos de transmisión de saberes, escuelas de formación, participación de las instituciones educativas para hacerlo realidad. Tal vez así sea posible que en unos años existan las suficientes manos diestras para lograr enviar 32.000 carrieles y hasta más, y que al otro lado del mundo el fiel guarniel siga colgado en hombros extranjeros guardando hasta secretos.
La ruta de la denominación de origen
Colombia es el país en la región Andina con más denominación de origen, 30 productos, seguido por Perú que tiene once. En la lista figuran siete productos cafeteros: café de Colombia, de Nariño, del Cauca, de Huila, de Santander, de la Sierra Nevada y de Tolima. Agroalimentarios son siete: Cholupa del Huila, Queso de Caquetá, Queso Paipa, Bizcocho de Achira del Huila, Arroz de la Meseta de Ibagué, Bocadillo Veleño y Cangrejo Negro de Providencia. Tres de flores: Rosa de Colombia, Clavel de Colombia y Crisantemo de Colombia. Y, finalmente, trece artesanías: Sombrero Aguadeño, Sombrero de Sandoná, Sombrero de Suaza, Cerámica Artesanal de Ráquira, Cerámica del Carmen de Viboral, Chiva de Pitalito, Tejeduría de San Jacinto, Tejeduría Wayuú, Mopa-Mopa Barniz de Pasto, Cerámica Negra de la Chamba, Cestería en Rollo Guacamayas, Tejeduría Zenú y ahora el Carriel antioqueño.