El venezolano Daniel Alejandro Seoane Adolph, que también tiene la nacionalidad alemana por herencia de sus abuelos, vive intensamente el baloncesto. Tiene 43 años, y de esos ya ajusta 20 como entrenador.
Jugó baloncesto solo hasta las categorías menores, pero el amor y la pasión con que siente este deporte lo llevaron a convertirse en entrenador. Esa es la faceta en la que lo conocemos desde octubre de 2024, cuando llegó a Paisas con el objetivo de construir un proyecto no solo para ser campeones, sino para impulsar el baloncesto y los nuevos talentos de Antioquia.
Es analítico, y aunque no lo dice, de sus raíces alemanas heredó aspectos que sobresalen en su carácter. Por ello, esa tenacidad con la que vive el deporte. Es disciplinado, metódico, estricto, inquieto y muy observador. Nunca deja nada al azar y es un convencido de que el trabajo es la única arma para lograr los objetivos.
En los entrenamientos va de la cancha al computador, que mantiene a un lado del maderamen, y con su analista y asistente Juan Esteban Vera ve una y mil veces las jugadas y las acciones que luego corrige en sus dirigidos.
Al coliseo Iván de Bedout siempre llega en compañía de su esposa María José. Ella no lo desampara ni a sol ni a sombra, y Daniel lo agradece, pues es su motor y su polo a tierra cuando se instala esa nostalgia de tener a los suyos lejos o la desazón que dejan las derrotas.
En Valencia, Venezuela, está su hijo Nelson. Su padre también vive en el vecino país, y desde Uruguay sus hermanos y sobrinos le envían las mejores energías en cada jornada.
Es creyente, y detrás de esa coraza de hombre fuerte y estricto hay un ser humano sensible, que ama intensamente, que no concibe ni la vida ni el baloncesto a medias tintas.
Durante los partidos va y viene por la línea de la cancha. A veces grita, otras manotea con esas enormes manos y brazos que parecen abarcar toda la cancha cuando las extiende, y en su tabla siempre dibuja los movimientos que quiere que sus dirigidos hagan dentro del campo.
Habla constantemente con los árbitros, no se queda quieto. Tal vez el único momento en el que se aposta en la silla es cuando pide el tiempo técnico para dar instrucciones.
Sonríe poco; su aspecto es más serio y de ceño fruncido, pero es sensible, cercano a sus dirigidos y amoroso con sus seres queridos.
En Medellín, además de su esposa, ha contado con la presencia de dos grandes amigos: Alberto Agüero y Rui Pereira, quienes siempre lo acompañan en el Iván de Bedout.
Está enamorado de Medellín, su comida, su cultura. Siempre que puede visita lugares de la ciudad con su esposa, y gracias a la excelente campaña con Paisas, ya lo reconocen. Agradece el amor que la gente paisa le ha profesado no solo en el coliseo, sino cuando va de la mano de su esposa María José por algún centro comercial o lugar turístico de la región.
Como entrenador, además de dirigir las selecciones de Venezuela y República Dominicana, pasó por los clubes Marinos de Anzoátegui, Guaros de Lara, Panteras de Miranda y Bucaneros de La Guaira. A nivel internacional, dirigió al Maccabi Haifa en Israel, Fuenlabrada en España, y a Aguada, Defensor Sporting y Biguá en Uruguay.
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