El mundo acaba de perder una de sus voces más luminosas: Jane Goodall, la primatóloga británica que revolucionó la ciencia al demostrar que los chimpancés piensan, sienten y fabrican herramientas, murió este 1 de octubre en California, a los 91 años, por causas naturales. Y su fallecimiento, confirmado por el Instituto Jane Goodall, cierra un capítulo de la historia de la ciencia y abre otro, el de su legado.
Una vida consagrada a la observación
Desde que en 1960 se internó en la selva de Gombe, en Tanzania, con apenas un cuaderno de notas y unos binoculares, Goodall desafió las normas de la investigación académica. Mientras otros científicos numeraban a los animales, ella les puso nombres: David Greybeard, Flo, Fifi. Lo hizo porque veía en ellos individuos, no objetos. Aquella intuición, criticada al principio, transformó para siempre la primatología.
Pocos meses después de su llegada a África observó lo impensable: un chimpancé arrancaba hojas de una ramita para pescar termitas. Había fabricado una herramienta. Hasta entonces, la ciencia creía que esa era una cualidad exclusiva del ser humano. Louis Leakey, el paleoantropólogo que la envió a Gombe, resumió el hallazgo en un telegrama memorable: “Ahora debemos redefinir ‘herramienta’, redefinir ‘hombre’, o aceptar a los chimpancés como humanos”.
Goodall obligó a la comunidad científica a replantear sus fronteras. Sus estudios mostraron que los chimpancés tienen cultura, que forman vínculos maternales profundos, que son capaces de ternura y también de violencia. En su mirada se mezclaban la rigurosidad del dato y la empatía de quien sabe esperar durante horas, inmóvil, para ganarse la confianza de los animales.
De la ciencia al activismo global
Con los años, Goodall dejó de vivir permanentemente en la selva, pero nunca abandonó su compromiso. Fundó en 1977 el Jane Goodall Institute, que hoy opera en decenas de países, y en 1991 impulsó Roots & Shoots, un movimiento juvenil que promueve la acción ambiental en más de 60 naciones.
Convertida en Mensajera de la Paz de Naciones Unidas, viajó sin descanso durante las últimas décadas, dictando conferencias, escribiendo libros y participando en documentales. Sus presentaciones, más cercanas a un susurro que a un discurso, conmovían a auditorios enteros. Ella no apelaba al miedo, sino a la esperanza y a la responsabilidad compartida: la naturaleza no es un recurso, repetía, es nuestro hogar.
Su activismo abordó causas diversas: desde la denuncia del uso de chimpancés en laboratorios hasta la defensa de dietas más sostenibles. En sus últimos años fue una voz clave contra la crisis climática, insistiendo en que la pérdida de biodiversidad y la degradación ambiental son también un problema humano, porque ponen en riesgo la supervivencia de nuestra propia especie.
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