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Así se cocinó Mi Buñuelo: del rebusque a franquicia familiar

La marca ya cumple más de tres décadas. Nació del trabajo familiar y hoy es un negocio popular en el imaginario paisa.

  • Mi buñuelo cuenta con ocho negocios, solo en Rosales tiene 24 empleados para temporada navideña. FOTO Manuel Saldarriaga
    Mi buñuelo cuenta con ocho negocios, solo en Rosales tiene 24 empleados para temporada navideña. FOTO Manuel Saldarriaga
  • Mi Buñuelo nació como una pequeña tienda de barrio y luego pasó a convertirse en una franquicia familiar. FOTO Manuel Saldarriaga
    Mi Buñuelo nació como una pequeña tienda de barrio y luego pasó a convertirse en una franquicia familiar. FOTO Manuel Saldarriaga
  • La temporada decembrina aumenta la afluencia de comensales en los puntos de venta de esta empresa familiar. FOTO Manuel Saldarriaga
    La temporada decembrina aumenta la afluencia de comensales en los puntos de venta de esta empresa familiar. FOTO Manuel Saldarriaga
  • El cliente puede comprar un buñuelo por $1.200. FOTO Manuel Saldarriaga
    El cliente puede comprar un buñuelo por $1.200. FOTO Manuel Saldarriaga
hace 4 minutos
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El aceite hirviendo, el olor a queso costeño y a buñuelo resumen una escena cotidiana en varios barrios y sectores de Medellín, algo que se hace mucho más fuerte con el calor de las fiestas familiares de Navidad y fin de año. Detrás de ese panorama prevalece una marca que surgió hace casi 40 años en las calles y hoy ya forma parte del imaginario de los consumidores antioqueños: Mi Buñuelo, una franquicia que nació de la pujanza y el rebusque de una familia paisa y poco a poco se hizo famosa en la ciudad.

Se trata de un negocio que comenzó en un pequeño local, pero con el paso de los años, se consolidó como una de las franquicias más reconocidas de buñuelos en la capital antioqueña. EL COLOMBIANO dialogó con Leonel Escobar, un paisa de 79 años, nacido en Medellín, que hizo del trabajo familiar y la constancia un modelo de negocio que hoy sigue vigente y mejorando con el paso de los años.

Escobar empezó a emprender hace cerca de 38 años, de la mano de su mamá, Margarita, y junto a sus hermanos, Alberto, Hernán, Olga Lucía, Marta Elena y Juan. Todo comenzó en Belén, con una pequeña tienda de barrio, donde se vendía mecato, empanadas, de todo, menos los famosos buñuelos.

Más tarde abrieron el primer negocio donde empezaron a vender los hoy famosos buñuelos. El primer nombre que utilizaron fue Don Bruno, en honor a Rogelio, el padre de Leonel, a los que los clientes solían llamar con ese apodo, tras tomarle confianza y cariño.

El nacimiento de mi buñuelo

Con el tiempo, el negocio comenzó a tomar fama en el barrio Rosales. El olor de los buñuelos atraía clientes que hacían filas y esperaban ser atendidos con paciencia. Cerca del local había un colegio y los niños entraban pidiendo “mi buñuelo, mi buñuelo”. Fue precisamente de esa anécdota de donde surgió el nombre que bautizó a la popular franquicia familiar.

“Nosotros ni pensábamos en eso, pero así se fue pegando”, confesó Escobar sobre el nombre de la marca. Desde entonces, el buñuelo dejó de ser un producto más en la vitrina y pasó a ser el secreto más custodiado del negocio familiar, tal y como continúa funcionando hoy.

Con el tiempo, el esfuerzo fue dando sus frutos, la facturación comenzó a crecer y la familia logró consolidar una mayor estabilidad financiera. Fue ahí cuando cada uno de los hermanos optó por independizarse con su propio establecimiento, eso sí, conservando el mismo nombre y colores que caracterizan a marca de Mi Buñuelo.

Así se fue expandiendo la marca y su fama por varios sectores de Medellín como Rosales, la 80, cerca a la parroquia La Consolata y demás puntos de venta. Hoy, la familia conserva ocho negocios propios, aunque cada uno se administra de manera independiente, pero bajo la regla de pertenecer a un familiar.

Mi Buñuelo nació como una pequeña tienda de barrio y luego pasó a convertirse en una franquicia familiar. <b><span class=mln_uppercase_mln> </span></b>FOTO<b><span class=mln_uppercase_mln> Manuel Saldarriaga</span></b>
Mi Buñuelo nació como una pequeña tienda de barrio y luego pasó a convertirse en una franquicia familiar. FOTO Manuel Saldarriaga

Leonel asegura que el punto más emblemático es el de Rosales, ubicado en la carrera 70, número 32-66. Ese negocio acabó de cumplir 35 años de operación continua. El emprendedor recuerda que compró ese lote por 11,5 millones de pesos y construyó el loca desde cero y con parqueadero incluido. “Eso lo levanté yo mismo, ladrillo por ladrillo. Gracias a Dios todavía se sostiene”, dice con orgullo.

Como toda empresa, el negocio familiar ha enfrentando obstáculos. El momento más difícil llegó durante la pandemia de 2020. El cierre obligatorio los impulsó a reinventarse. Nunca habían trabajado con domicilios y tuvieron que aprender sobre la marcha. La nómina pasó de 12 empleados a poder tener por unos meses solo tres personas y otros solo cuatro. “Fue muy duro, pero logramos sostenernos y pagarle a la gente”, confesó.

Pero las vacas flacas quedaron atrás. Como todo buen empresario, Leonel y familia se pudieron volver a levantar. En 2021 comenzó un plan de reactivación y a medida que pudieron abrir las instalaciones y se recuperó el consumo, el negocio volvió a producir generosas utilidades. Hoy, solo el local de Rosales genera alrededor de 24 empleos directos.

La continuación de un legado

El relevo generacional ya está en marcha. El emprendedor tuvo cuatro hijos: Sebastián, Cristian, Kelly y Alexandra, de ellos, dos ya están vinculados al negocio y desean continuar la herencia de sus padre. Eso sí, si bien, Leonel dice que está retirado, todavía se le ve en ocasiones en el local, aconseja y supervisa en algunas ocasiones, pues no es fácil dejar la profesión que le ayudó a forjar su patrimonio familiar.

Sebastián Escobar, de 23 años, es el hijo menor, no obstante, ya hace parte activa del relevo generacional de Mi Buñuelo. El joven trabaja en el negocio de su padre y además, se formó de manera profesional en mercadeo con énfasis en marketing digital. Lo aprendido en la academia lo convenció de que el futuro de la empresa pasa por adaptarse a los nuevos consumidores sin perder la esencia que los llevó a conquistar el paladar de los antioqueños.

Anota: “Como profesional, espero aportarle a la marca, generar nuevas estrategias y adaptarnos a las nuevas tendencias; y como hijo, me siento muy orgulloso de poder aportar lo que sé a esta organización”.

El joven empresario destaca que su principal motivación diaria es respaldar a su padre y fortalecer la empresa que se ha convertido en un referente popular en Medellín. “Me levanto con una razón y es poder apoyar a mi papá, ayudarle en todas sus labores y seguir trabajando con los muchachos que ya llevan tanto tiempo con nosotros”, señala, subrayando el valor del equipo humano que ha sostenido la marca.

La mayor enseñanza heredada de su padre, asegura, es la cultura del esfuerzo y la persistencia. “Trabajar no solo por el dinero, sino por saber que uno le está aportando algo a la gente, generando empleo y ofreciendo siempre la mejor atención y la mejor comida”, explica. Esa visión, cercana al cliente y al barrio, es la que Sebastián busca preservar.

Sus hermanos Alexandra y Cristian Escobar también están vinculados activamente a la empresa y a colaborar desde la administración y en la atención de todos los clientes.

A largo plazo, su apuesta es ambiciosa: consolidar los puntos de venta físicos y, más adelante, expandir la marca con una línea de productos prefritos que permita llevar Mi Buñuelo a los hogares.

La Navidad es un impulso

No cabe duda que las fiestas decembrinas representan un gran impulso para este negocio. Y es que además, todo empresario sabe que la época de fin de año implica un alto crecimiento de la demanda. Solo para tener una idea, datos de la consultora Raddar dan cuenta que los colombianos gastaron en la canasta de Navidad (regalos, cena, decoración, turismo y otros) $38,6 billones el año pasado, un crecimiento de 7,1% en términos reales en relación con el mismo mes del 2023.

De los ocho grandes grupos en que los hogares dividieron su presupuesto en dicha festividad, el más grande fue precisamente alimentos con 37,6%; seguido por hogar (21,9%); transporte/comunicaciones (15,4%); varios (10%); educación (5%), salud (4,5%); entretenimiento (2,8%) y moda (2,1%).

Algo que demuestra por qué a las buñuelerías, panaderías y cafeterías aumentan considerablemente sus ventas. De hecho, algunas cálculos generales apunta a que el mercado de buñuelos en Colombia puede crecer en diciembre entre 100 % y 600 % frente a un mes promedio, dependiendo del canal de venta y del tipo de productor.

La temporada decembrina aumenta la afluencia de comensales en los puntos de venta de esta empresa familiar.<b><span class=mln_uppercase_mln> </span></b>FOTO<b><span class=mln_uppercase_mln> Manuel Saldarriaga</span></b>
La temporada decembrina aumenta la afluencia de comensales en los puntos de venta de esta empresa familiar. FOTO Manuel Saldarriaga

Según La República, en grandes superficies y retail, el salto es aún mayor. Grupo Éxito proyecta que entre noviembre y diciembre de 2025, las ventas se multipliquen hasta por siete veces frente a un mes estándar, lo que equivale a un crecimiento cercano al 600 %. De hecho, esperan vender cuatro millones de buñuelos en dos meses, el mismo volumen que comercializaron entre enero y octubre, lo que evidencia una altísima concentración estacional del consumo.

Por supuesto que para sitios especializados como Mi Buñuelo el impacto es notable: en días normales se producen alrededor de 1.500 buñuelos, cifra que en temporada navideña puede llegar hasta los 5.000 diarios, es decir que la producción se expande hasta 233%, confirmando que el legado familiar no solo continúa, sino que sigue creciendo.

De hecho, las ventas aumentan entre 50% y 60%. En esos días pueden procesarse hasta 300 kilos de masa, de los que salen cerca de 70 buñuelos por kilo.

Además del producto insignia, el negocio vende empanadas, pasteles de pollo, papas rellenas, hojuelas, palitos de queso, arepas de huevo, tamales, tortas de carne, natilla y hasta huevos al gusto. Incluso, en temporada decembrina, suelen contar con una cajita navideña, que incluye buñuelos y natilla, siendo uno de los productos más pedidos por empresas y clientes corporativos.

Este repunte también se ve reflejado en la generación de empleo del sitio. En meses tradicionales la nómina del negocio oscila entre los 15 y 19 trabajadores, pero para la temporada de fin de año se expande normalmente hasta los 24 empleados para cubrir la alta demanda.

El secreto mejor guardado

Durante más de tres décadas, Mi Buñuelo se ha consolidado como uno de los negocios tradicionales más reconocidos de Medellín. Detrás de ese crecimiento sostenido hay una combinación de visión empresarial, innovación constante y una apuesta clara por la calidad, factores que, según Lida Patricia Arias —esposa de Leonel Escobar— explican el ascenso del negocio.

Arias, quien también labora en la empresa, comentó que la consolidación del negocio no solo obedece a una expansión acelerada reciente, sino de un proceso largo, construido paso a paso. El origen del negocio fue modesto. La gran transformación llegó cuando Leonel Escobar identificó el potencial del sector de la 70. Según relató Arias, fue una decisión casi intuitiva, pero profundamente estratégica. “Él pasó por acá, vio el lote y dijo inmediatamente: “Este va a ser”, recordó. En ese momento, su esposo ya tenía claro que quería algo más grande, un proyecto que trascendiera el formato de un local tradicional. Esa visión se materializó en una construcción que, para la época —hace más de 35 años—, resultaba avanzada y llamativa, y que terminó convirtiéndose en uno de los principales atractivos del negocio.

El cliente puede comprar un buñuelo por $1.200.<b><span class=mln_uppercase_mln> </span></b>FOTO<b><span class=mln_uppercase_mln> Manuel Saldarriaga</span></b>
El cliente puede comprar un buñuelo por $1.200. FOTO Manuel Saldarriaga

Para Arias, ese enfoque innovador desde la infraestructura fue uno de los motores del crecimiento. Sin embargo, aclara que el éxito no se quedó solo en la forma, sino que se extendió al fondo del negocio: la oferta gastronómica. Aunque el buñuelo es el producto insignia, Mi Buñuelo entendió desde temprano la importancia de diversificar. “No solamente innovó con el buñuelo”, explicó. A la carta se fueron sumando empanadas, arepa de huevo —un producto más asociado a la costa Caribe que a Antioquia—, preparaciones de pescado y tortas de carne, ampliando el público objetivo.

Esa diversificación permitió atraer a clientes con distintos gustos y expectativas, consolidando una base de consumidores fieles. “Eso fue atrayendo un público más especial”, dijo Arias, en referencia a una clientela que valora tanto la tradición como la variedad. La combinación de productos típicos con otros menos comunes para la región se convirtió en una ventaja competitiva frente a otros establecimientos similares. Otro de los pilares que ayudaron a forjar el negocio es el carácter incluyente. Aunque Mi Buñuelo está ubicado en una zona de estrato medio alto, en Belén Rosales, la intención siempre ha sido clara: atender a todos. “Estamos para todos los estratos sociales”, enfatizó.

Tampoco se puede dejar de lado, quizá, uno de los factores más importantes: la receta. No nació en un laboratorio ni fue objeto de experimentos modernos. Fue creada por Margarita, la madre de Leonel, quien empezó usando quesito y luego pasó al queso costeño, uno de los ingredientes más importantes. La preparación se transmitió a todos los negocios familiares para conservar sabor que caracteriza a la marca.

Algo crucial es que se trata de buñuelos tradicionales, pues Leonel sostiene que se ha resistido a modificar el producto, pese a que dice que hoy el mercado cuenta con recetas que incorporan arequipe, mora y demás dulces como relleno de la popular fritura. “Nos piden con mozzarella, con arequipe, pero no nos gusta dañar la receta”, afirma.

El modelo es simple, pero exigente: consiste en ofrecer un producto fresco, una atención constante y atenta con los clientes. El buñuelo pesa cerca de 70 gramos y se vende a 1.200 pesos. “Aquí no sale un buñuelo frío. Si no hay, se para la venta. Eso es lo que le gusta a la gente”, anota el emprendedor paisa.

Los han intentado copiar

La popularidad del nombre hizo que terceros intentaran usar la marca sin autorización. Mi Buñuelo está registrada legalmente, pero no han faltado las personas que intentan aprovechar el posicionamiento de la marca para establecer negocios con el mismo nombre o similares y hasta con los mismo colores.

Por esa razón, la familia ha liderado procesos legales para retirar negocios que copiaron el nombre en Medellín, Bello y municipios del oriente antioqueño. “Eso es muy desgastante. Son procesos largos, pero ya hemos ganado varias demandas”, cuenta.

De hecho, de acuerdo con la Cámara de Comercio de Medellín, en sus registros hay activos 13 negocios que cuentan en su nombre con “mi buñuelo”, y hay otros 23 que figuran en la lista, pero están inactivos.

Aún así, la familia dice que es una situación que no les roba el sueño, pues los clientes ya conocen el sabor y la atención que les ha generado fama por más de tres décadas de servicio en la capital antioqueña, además, saben que hay negocio para rato, pues los hijos de Leonel ya tienen la camiseta puesta, y probablemente no solo expandirán el negocio, sino que también le enseñarán a sus hijos, lo que ya es una tradición familiar.

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