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Basura digital

hace 3 horas
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  • Basura digital

Por Amalia Londoño Duque - amalulduque@gmail.com

Cuando la casa está muy desordenada, repito una frase que no sé bien de dónde saqué, pero que mi hija termina de recitar mientras coge sus cosas y las lleva al lugar al que corresponden: “como tienes tu casa, tienes tu cabeza”.

El desorden de los espacios describe bastante bien la mente de quien los habita, es algo que he creído siempre sin ningún argumento distinto a lo que siento cuando entro al lugar donde las cosas están todas regadas y parece que nadie se hace cargo de ellas.

Sin embargo, hay un objeto que también nos describe: el celular.

Ahí se amplía nuestra identidad, en las aplicaciones que usamos, en las fotos que guardamos y en el tiempo que pasamos frente a la pantalla.

No solo importan los datos que dejamos ahí, también importa la basura digital que generamos: esa que no se ve, pero que persiste en forma de archivos olvidados, capturas inútiles o compras que nunca concretamos.

Pensemos, por ejemplo, en los carritos de compra de las plataformas. Ahí dejamos listas de deseos a las que a veces volvemos y que, cuando no, activan los algoritmos que nos persiguen con anuncios, como si intuyeran que aún no hemos decidido.

Están también las fotos: ráfagas de momentos que capturamos en masa solo para quedarnos con una fracción de segundo donde creemos que salimos bien. El resto queda ahí, acumulado. Sin borrar, sin revisar.

Y qué decir de los pantallazos: capturas de objetos, mensajes, transferencias, frases, memes. Notas mentales visuales de algo que, tal vez, haremos luego: enviar, comprar, leer, responder. Son restos de una atención dividida, promesas mínimas que no siempre cumplimos.

Nuestro basurero digital habla de nosotros. De nuestras dudas, impulsos, excesos y olvidos. Como si al mismo tiempo quisiéramos guardar todo, pero no mirar nada.

Sé que muchos sentimos la necesidad de organizar esa basura digital. Dedicamos un momento a responder los chats que se perdieron durante el día, a borrar las fotos que no sirven, a mandar al basurero los pantallazos de cosas ya resueltas. Con cierta obsesión, algunos no podemos dormir si hay notificaciones pendientes. Otros, en cambio, se rindieron: conviven con la incomodidad de un celular que anuncia 1438 mensajes sin leer.

Podríamos decir que esto es simplemente parte de la vida moderna, que todos lo hacemos. Pero vale la pena preguntarse: ¿cuánto de eso que guardamos estamos dispuestos a revisar? ¿Qué dice de nosotros ese basurero digital que llevamos en el bolsillo?

El síndrome de Diógenes, definido como una acumulación compulsiva de objetos y una incapacidad para distinguir lo necesario de lo prescindible, ha mutado. Ya no vive solo en casas desbordadas de objetos, sino también en archivos y en chats. En memorias ocupadas que ya no nos sirven, pero que seguimos cargando.

El psicólogo Jonathan Haidt, en The Anxious Generation, afirma que una de las formas más efectivas para reducir la ansiedad digital es marcar pausas estructurales, como un día a la semana sin pantallas. No se trata solo de desconectarse. Es también una oportunidad para limpiar, archivar, decidir qué se queda y qué se va.

A mí, por ejemplo, me resulta útil el tiempo de un vuelo. La ausencia de red me obliga a revisar ese dispositivo sin interrupciones. A observar con calma qué vale la pena conservar. A borrar sin culpa. A vaciar para aterrizar más liviana.

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