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The price is right

hace 6 horas
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Por Amalia Londoño Duque - amalulduque@gmail.com

Mi abuela tenía la costumbre, cuando ya estaba vieja, de decir cuánto valían las cosas cuando ella era pequeña. “Mi casa la compré en cien pesos”, repetía, en una época en la que todo costaba millones.

Cada vez que lo decía, yo la miraba como si hablara desde la prehistoria. Me parecía imposible que una casa, alguna vez, hubiera valido tan poco.

Con los años entendí que lo que decía no era una exageración, sino una forma de medir el tiempo.

El costo de la vida no solo sube, envejece con nosotros y aunque todos lo notamos —cada vez que repetimos ese “¡cómo está todo de caro!”—, lo hacemos con la resignación de quien sabe que no puede cambiarlo.

En Medellín esa sensación se intensificó.

El crecimiento de los últimos años nos tomó por sorpresa: barrios que eran tranquilos se llenaron de turistas, cafés y nómadas digitales; los arriendos se dispararon; los almuerzos ejecutivos casi desaparecieron; y hoy, una bandeja paisa que costaba entre 19.000 y 30.000 pesos puede encontrarse en algunos lugares hasta por 85.000.

Una cosa es que una casa valiera cien pesos hace un siglo y otra, muy distinta, es que una comida tradicional se haya vuelto un lujo.

El problema ya no es la inflación: es la distancia. La distancia entre quien puede pagarla y quien, viviendo en la misma ciudad, siente que cada día pertenece un poco menos a ella.

En Medellín, ese cálculo personal hoy se vuelve explícito. Según datos recientes del DANE, entre octubre de 2024 y octubre de 2025 los precios de mantener una vivienda crecieron en promedio un 6,04 %. Ojo que es una medida con apenas un año de diferencia. Y si miramos el mercado de arriendo, podemos constatar algo más grave: la ciudad se situó —por primera vez en su historia reciente— como la de los arriendos más caros de Colombia, desplazando a Bogotá.

Para esto último me metí a Numbeo, pedí comparar el costo de vida de Medellín con Bogotá. El resultado: El costo de vida en la capital es casi 3 puntos porcentuales menor que el de Medellín.

En una de las columnas de Mateo Castaño en este mismo periódico, el economista mencionaba que: “El problema de la vivienda en Medellín no está en la demanda (es decir, no es que haya muchas más personas que antes buscando dónde vivir), sino en la oferta: simplemente no hay quién construya. No es que no se pueda vivir aquí, es que no estamos construyendo lo que se debe”.

Por ese lado hay mucho para analizar, pero mientras tanto, todo siendo caro. Porque nos cobran las fachadas rimbombantes de los restaurantes en los platos que nos comemos, las entradas a las discotecas que abrieron los reguetoneros y que mencionan en sus canciones, el top 10 de las mejores ciudades para visitar se refleja en las facturas y entonces llega un momento en el que esos precios que sonaban prehistóricos, son los que hace menos de cinco años pagábamos por las cosas.

¿Qué pasa con las ciudades que se vuelven imposibles para los locales?

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