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Los líderes políticos, aquellos que tienen posibilidad de gobernar o deciden con sus discursos por quién vota la gente, le dan la espalda a la historia.
Por David E. Santos Gómez - davidsantos82@hotmail.com
Este 2025 que termina estuvo atravesado por el delirio. En relaciones internacionales el mundo pudo ver una forma de política que está —abiertamente y sin complejos— sustentada en el abuso y el miedo, en el desprecio por los débiles y la burla al diferente, que tomó tracción como el estilo predilecto para hacer campaña en las elecciones y gobernar y que, parece, no se detendrá pronto. En medio de un sentimiento de ansiedad generalizado y de rabia contra el establecimiento, la crisis de la democracia liberal se consolidó como el nuevo parámetro. De Rusia a Estados Unidos. De Alemania a Argentina. De España a Colombia.
Sin importar los rasgos de la diferenciación ideológica, la insania golpea por igual a la derecha y a la izquierda, al conservadurismo y al progresismo. Los niveles de entendimiento entre las divergencias han caído al suelo y el radicalismo se apoderó de los discursos a una velocidad inusitada. Las líneas rojas del insulto se traspasaron una y otra y otra vez para convertir en la nueva realidad del lenguaje lo que era inaceptable hace solo un lustro.
Insulta Donald Trump (“¡cállate cerdita!”, “estúpida”, “países asquerosos”) y ahora reescribe la historia de sus antecesores con placas en la Casa Blanca en las que se mofa de sus mandatos. Desvaría Gustavo Petro en sus trinos de madrugada incoherentes e irresponsables. Insulta Javier Milei (“zurdos de mierda”) mientras ríe con una motosierra en la mano. Baila Nicolás Maduro para luego sentarse y en medio del agite chapucear unas frases en inglés dirigidas a Washington (pis, peace, pace, please). Nayib Bukele se declara un “dictador cool”. Y sigue. No nos alcanzaría el estrecho espacio de esta columna para listar los comportamientos dementes.
El estadounidense es uno de los pioneros y se mantiene a la cabeza del nuevo estilo. Del viejo nuevo estilo. Porque los malcriados políticos han existido siempre, dirán ustedes con razón. La novedad, en este caso, es la estandarización de la grosería como lenguaje político. La aparente imposibilidad contemporánea de gobernar de otra forma. De una manera decente. Al otro hay que humillarlo, despreciarlo, desconocerlo. Imposibilitarlo desde la palabra para eliminarlo de la arena política. Ganar las urnas con la exacerbación del odio. Nosotros los iluminados y ellos los viles.
En un país como el nuestro (Una nación a pesar de sí misma decía Bushnell), sostenida y sufrida sobre un extenso charco de sangre, el juego de las dicotomías de la ira nos ha hundido por siglos. Los líderes políticos, aquellos que tienen posibilidad de gobernar o deciden con sus discursos por quién vota la gente, le dan la espalda a la historia. Más gritos, más insultos, más burlas. Es lo que vende hoy. Y no va a parar prontamente. Menos en este país que se asoma al 2026. A una campaña que entra de lleno en la porqueriza. A una elección legislativa y presidencial que expondrá tristemente la desgracia de la política contemporánea.