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Gatas alimentadas, el turno es de las plantas, hay que darles de beber moderadamente y hablarles, ¿de qué?, le digo a mi amigo, ‘de amor’, me dice, mientras sonríe.
Por Diego Aristizábal Múnera - desdeelcuarto@gmail.com
Hace poco, un amigo me pidió un favor: necesitaba que le diera vuelta a las gatas porque estaría por fuera varios días. A los amigos pocas veces se les dice no, a las gatas nunca. Así que me vi tomando nota de las múltiples cosas que hay que atender en una casa que no es la de uno y que hay que cuidar como si fuera la de uno.
El miedo inicial, las llaves. No hay miedo superior a que la puerta no abra, que por alguna razón la llave se atore o se quiebre, especialmente después de esta advertencia: ten cuidado al introducir la llave, hay que procurar no bloquear la puerta, es de seguridad y tiene su maña, si eso pasa, la cagamos, ni los bomberos podrán ayudarnos y las gatas morirán. Nunca hagas nada a la fuerza, suena como una consigna de vida, simplemente acomódala otra vez y vuelve a intentarlo, la puerta debe abrir suavemente, con maña, pero suavemente. Sudo al introducir la primera vez la llave y girarla, porque, además, desde adentro, se escuchan las gatas maullar desesperadas, como si supieran muy bien lo importante que es sumarle presión a cualquier asunto. ¡Las gatas siendo gatas!
Superada la primera parte, hay que procurar dar, en igual proporción, amor para Roma y amor para Kenia, caricias van, reclamos también, y alto, mucha atención. A Kenia hay que darle un centímetro de un medicamento mezclado con un octavo de paté para cuidar sus riñones, ponle su platico a la izquierda, nunca a su derecha. Y a Roma, el mismo paté pero sin medicamento. Bajo ninguna circunstancia te puedes equivocar de orden, podés matar a la gata aliviada. Me concentro, procuro recordar, como debe ser, la instrucción de mi amigo, izquierda Kenia, derecha Roma. Ya está, ambas comen plácidamente.
Gatas alimentadas, el turno es de las plantas, hay que darles de beber moderadamente y hablarles, ¿de qué?, le digo a mi amigo, ‘de amor’, me dice, mientras sonríe. Está bien, ya encontraré qué decirles. Curiosamente, después de ver en un pequeño caballete con el resultado de un taller de máscaras infantiles, fotos de mi amigo y su hijo, sobre la mesa veo un libro que me llama la atención: “Lengua oculta: Doris y Gabriela”, del poeta chileno Rafael Rubio, ilustrado por Luis Almendra, un testimonio poético, delirante y a la vez apasionado, de la relación amorosa que mantuvieron Gabriela Mistral y Doris Dana entre 1948 y 1957.
El poeta “ficcionaliza” la voz de Doris y, en algunos momentos, la de la propia Gabriela, para ofrecernos a través de nueve pequeñas viñetas o miniaturas poéticas, un diálogo imaginario entre ambas. Las ilustraciones de Almendra son de una estremecedora intensidad, la gestualidad de los cuerpos dialoga con las palabras. “Mi cuerpo quedó en deuda con tu cuerpo”, le declara Doris a su amada, y en la ilustración podemos sentir cómo respiran, cómo se tocan. Durante los días que voy a alimentar plantas y gatos, leo fragmentos en voz alta: “el deseo nos llama como el pastor al lobo”. Lo que uno hace por los amigos, por las gatas y por las plantas, es un acto de amor que siempre vale la pena.