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Gilmer sigue contando la condición humana, lo descarnados y horribles que podemos llegar a ser. ¿Cómo hace uno para vivir sin alma ni corazón?, muchos se acostumbraron, y por eso él escribe para no volver eso una costumbre.
Por Diego Aristizábal Múnera - desdeelcuarto@gmail.com
Creo que cuando Gilmer Mesa termina de escribir un libro se siente, al menos por un instante, un poco más liviano. Fuma más despacio, se acicala como un gato, apacigua por brevísimos momentos la rabia y la tristeza, que son desde el primer momento lo que han hecho que escriba como escribe. Creo que apenas Gilmer Mesa termina de escribir un libro, y habla de él en auditorios llenos, se prepara para empujar por la empinada cuesta una nueva roca. Igual que Sísifo, Gilmer no para, no quiere dejar de sentir lo que siente, no quiere quedarse en paz. En un país como el nuestro está bien no elegir la apatía, sería como perder la posibilidad de hacer algo por él, de impartir justicia. En un territorio indolente como el nuestro está bien no dejar de incomodar, de interpelar, de escribir un dolor que dura 291 páginas con escasos puntos aparte.
Y su novela más reciente, “Los espantos de mamá”, sí que incomoda, igual que esa Llorona que desde el primer capítulo clama para que le devuelvan a sus hijos en la entrada del Cementerio General porque aprendió, apunta de injusticia y negligencias, que la único que tenía para combatir la maldad era la terquedad.
Esta novela es una crítica a la forma como se moldea la moral en esta sociedad, en este país donde hay más desaparecidos que cementerios, donde, como leemos, “no es que matemos menos, es que escondemos mejor a los muertos”. Un país, cuyo sistema burocrático es tan inepto y corrompido, que las víctimas parecen los victimarios y claro, no da esperanzas, al contrario, el objetivo es que se pierdan todas. Porque “aquí desaparecer es muy fácil pero encontrar a un desaparecido es prácticamente imposible”, por eso la mayoría prefiere claudicar antes de empezar.
Gilmer sigue contando la condición humana, lo descarnados y horribles que podemos llegar a ser. ¿Cómo hace uno para vivir sin alma ni corazón?, muchos se acostumbraron, y por eso él escribe para no volver eso una costumbre. “A la gente no solo hay que dejarla viva, también hay que dejarle los motivos que tiene para vivir y a nosotros nos los quitaron, nos dieron otro motivo, que es la búsqueda incesante, pero ese no es motivo porque quien vive buscando no vive”, leemos sin parar, porque este libro no nos concede el respiro.
Queda claro en esta novela de fantasmas que hay cosas que espantan más que los espantos: la cantidad de desaparecidos, la indolencia, el cómo nos acostumbramos a cancelar al otro, a enloquecerlo, es más fácil, así no jode tanto. Caminemos juntos los círculos del infierno, carguemos juntos esta piedra hasta que vuelva a caer, ojalá, con algo de justicia.