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Muchas voces claman por moderar el lenguaje y dejar el odio. Pero acá también la generalización es no solo equivocada sino peligrosa.
Por Rafael Nieto Loaiza - opinion@elcolombiano.com.co
Algunos sostienen que el asesinato de Miguel Uribe es la confirmación de que somos un país violento y que el ciclo se repite. Hay que tener mucho cuidado con semejante afirmación. Por un lado, contrario al sentir común, Colombia no siempre ha sido violento. O al menos no más que el resto del Continente. Durante el siglo pasado, las tasas de homicidio en nuestro país fueron muy parecidas a las de América Latina, excepto durante el período del enfrentamiento entre liberales y conservadores, entre 1948 y 1953, y, con tendencia creciente, a partir de 1975, cuando emergió la bonanza marimbera. Con la coca los homicidios se multiplicaron exponencialmente hasta llegar a los 79 por cien mil habitantes en 1991. Pero para 2010 la tasa había bajado a 34,5 y en 2014 era 26,5, la tercera parte de 1991. Desde entonces la disminución ha sido marginal, con aumentos en 2023 y 2024, de acuerdo con Medicina Legal.
Por el otro, no es cierto que los colombianos, en general, seamos violentos. La violencia se concentra en unas zonas del país con cultivos ilícitos, minería ilegal y grupos criminales. En cuatrocientos municipios del país, el 36%, no hubo homicidios el año pasado. Los violentos son unos pocos, muy pocos, en comparación con la inmensa mayoría de colombianos.
Más aún, el último magnicidio, el de Álvaro Gómez, ocurrió en 1995, hace treinta años. Y esa es parte de la tragedia: el asesinato de Miguel es un salto atrás de tres décadas.
Muchas voces claman por moderar el lenguaje y dejar el odio. Pero acá también la generalización es no solo equivocada sino peligrosa. Porque los que siembran odio son también unos muy pocos. El grueso de los colombianos no odia ni propaga odio con sus palabras. Y porque la generalización distrae y al repetir culpas entre todos que son solo de algunos, permite que los verdaderos culpables evadan su responsabilidad. Finalmente, porque es muy distinto el impacto y la responsabilidad del ciudadano que se manifiesta en sus redes y la del Presidente de la República.
Ahí está el punto: no es la mayoría de colombianos, no es la oposición, no fue Miguel Uribe, es Petro quien incita al odio, promueve la violencia, enarboló la bandera de guerra a muerte, y el responsable político del asesinato. Hizo al menos 43 referencias agresivas, mentirosas, difamantes y calumniosas contra Miguel; fue su gobierno quien desestimó las 23 solicitudes para que mejoraran su protección y quien disminuyó su seguridad el día del atentado; y fue él quien nombró como negociador de paz al Zarco Aldiniver, un jefe de las reincidencias de las Farc a quien ahora se atribuye la autoría intelectual del homicidio. El Zarco habría ordenado el asesinato mientras estaba protegido por su calidad de negociador de paz.
En otro país, es solo hecho, el de impedir la captura de un bandido que después asesina a uno de los principales opositores políticos le hubiera costado la cabeza a los responsables y la renuncia al Presidente. Acá no pasa nada. Para rematar, la posibilidad de que el crimen sea de Estado sigue rondando el homicidio.
Sí, necesitamos unidad. Pero no con Petro y su izquierda extrema. Solo le serviría a él para esconder la pésima gestión de su gobierno corrupto, incompetente y mediocre. La unidad debemos hacerla los demócratas para exigir justicia, defender las libertades y ganar las elecciones del 26, devolverle la esperanza a los colombianos e iniciar la reconstrucción del país.