Durante más de veinte años, SpaceX ha sido vista como una empresa obsesionada con los cohetes. Luego, como el motor principal de Starlink, la red de satélites que promete llevar internet a cualquier rincón del planeta. Hoy, tras una cadena de anuncios financieros, pruebas técnicas y declaraciones públicas, comienza a perfilarse una nueva etapa: usar esa constelación orbital como base de una red global de procesamiento de inteligencia artificial.
La coyuntura que destapó el plan fue la confirmación de que SpaceX evalúa salir a bolsa en 2026. La operación, que podría recaudar más de 30.000 millones de dólares y valorar la compañía en alrededor de 1,5 billones, sería la mayor oferta pública inicial de la historia. Pero más allá del récord financiero, surge la duda de en qué piensa invertir ese capital Elon Musk, su CEO y fundador.
La respuesta apunta a la inteligencia artificial y, sobre todo, a la energía que esta necesita para crecer. El pasado noviembre, durante el Foro de Inversión Estados Unidos–Arabia Saudita celebrado en Washington, Musk explicó a un grupo de empresarios por qué cree que el futuro de la IA no está en nuestro planeta.
“El coste de la electricidad y de la computación de inteligencia artificial en el espacio será mucho mejor que aquí, en la Tierra”, dijo.
A su juicio, en “cuatro o cinco años” la forma más barata de ejecutar IA será con satélites alimentados por energía solar continua.
Pero el problema que Musk describe no es hipotético. De hecho, los grandes centros de datos que sostienen el auge actual de la inteligencia artificial consumen cantidades cada vez mayores de electricidad y agua para su refrigeración diaria. El empresario lo ilustró con una cifra contundente: producir unos 300 gigavatios anuales de computación de IA equivaldría a cerca de dos tercios del consumo eléctrico promedio de todo Estados Unidos. “No hay manera de hacer eso en la Tierra. Tenemos que hacerlo en el espacio”, propuso.
Desde el mismo escenario, Jensen Huang, CEO de la fabricante de chips Nvidia, reforzó el argumento al señalar que gran parte del peso y la complejidad de los supercomputadores actuales se destina a disipar calor. En el espacio, donde el enfriamiento es por radiación térmica y la energía solar es constante, ese límite físico desaparecería. “Ese es el sueño”, comentó.
Starlink, el eslabón clave
Pero el plan de llevar la computación al espacio no surge de la nada. SpaceX ya opera una de las infraestructuras más extensas jamás desplegadas en la órbita baja de nuestro planeta: la red Starlink, compuesta por miles de satélites interconectados mediante enlaces láser de alta velocidad.
En principio, esa red fue diseñada para ofrecer internet en cualquier rincón, pero ahora esa constelación podría convertirse en algo mucho más ambicioso.
El periodista especializado Michael Kan, de la revista PC Mag, dice que el plan de Musk pasa por ampliar los futuros satélites Starlink V3 para que incorporen capacidad de procesamiento de datos. “Simplemente ampliarlos funcionaría y SpaceX lo hará”, señala.
Estos satélites serían más grandes y pesados que los actuales, y requerirían del cohete Starship para su despliegue, un detalle clave, pues en octubre, la compañía completó con éxito una nueva prueba de vuelo de esa nave y su propulsor Super Heavy, demostrando maniobras críticas como reencendidos en el espacio, control de trayectoria y aterrizajes controlados.
SpaceX presentó ese ensayo como un paso decisivo hacia un sistema completamente reutilizable, capaz de lanzar cargas masivas a bajo costo. En la práctica, ese sería el único camino viable para la creación de una red de centros de datos orbitales.
Por eso, la posible salida a bolsa aparece como una palanca financiera. La periodista Brooke Edwards, de USA Today, asegura que cotizar en los mercados públicos permitiría financiar proyectos de enorme capital intensivo, aunque introduciría nuevas presiones por rentabilidad y transparencia.
Para especialistas como Abhi Tripathi, de la Universidad de California en Berkeley, la computación orbital funciona como un “punto de anclaje”, una razón concreta para justificar ese salto financiero.
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Pero no todos ven el plan con buenos ojos. El analista español José Gefaell, fundador y director ejecutivo de Sapiens Intelligence, coincide en que la energía es “el verdadero cuello de botella de la IA”, pero advierte que el modelo también encierra riesgos, pues el hecho de que una parte sustancial de la IA global dependa de una sola infraestructura privada, pone esa tecnología muy lejos de cualquier regulación o ley.
La propuesta de Musk encaja, además, con su visión más amplia sobre el futuro digital. En entrevistas recientes, el sudafricano afirmó que los teléfonos dejarán de ser el centro de la experiencia tecnológica y se convertirán en simples nodos conectados a sistemas de IA mucho más potentes. “No tendremos un teléfono en el sentido tradicional”, dijo. La inteligencia, para él, residirá en “otro lugar” que podría estar orbitando la Tierra.
Si Starlink deja de ser solo una red de conectividad y se transforma en una plataforma espacial de computación, SpaceX ya no sería solo una empresa sino que pasaría a ser la principal infraestructura sobre la que se construya la tecnología del futuro.