En Santo Domingo, en la conocida Calle de la poesía, está El Cafecito de Tomás. Allí, entre el frío de las montañas del nordeste antioqueño y las fachadas que recuerdan la herencia literaria del municipio, Catalina Andrea Botero abrió el 7 de septiembre 2018 un espacio donde la gastronomía y la cultura se encuentran. Ese día llegaron más personas de las que esperaba, y aunque la sobrepasó la alegría y el miedo, también fue la confirmación de que el pueblo necesitaba un lugar distinto para compartir alrededor del café.
Ingeniera agroforestal de formación, Catalina siempre había sentido inclinación por la cocina. Con su madre, preparaba platos para vender en reuniones o inventaban recetas en familia. De esa costumbre nació la idea de abrir un sitio diferente a las cantinas tradicionales del pueblo, un lugar acogedor donde la gente pudiera estar en familia, leer un libro, tomar café de especialidad o, incluso, un vino en las noches.
El nombre del café rinde homenaje a Tomás Carrasquilla, el escritor nacido en Santo Domingo y referente del costumbrismo colombiano. Con esa elección, Catalina quiso rescatar tradiciones locales y darle un sello cultural a su negocio. “Queríamos que la gente se sintiera como en la sala de su casa, pero con algo rico para compartir y un café que no fuera de greca”, recuerda.
Uno de los momentos más significativos ha sido la recuperación de la receta de la gallina enjalmada, un plato de la época de Tomás Carrasquilla que Catalina y su madre investigaron y recrearon hasta convertirlo en símbolo de su municipio. A partir de esa experiencia surgieron también bebidas con sello propio, inspiradas en anécdotas del escritor, como “El cafecito de mi Dios”: un café con canela y aguardiente acompañado de chicharrones, que recuerda la anécdota de Carrasquilla cuando al destapar la botella decía que no era “el de las ánimas” sino “el de mi Dios”. Estas creaciones, nacidas de la investigación y el gusto por la tradición, han hecho del café un lugar único, donde la gastronomía se une con la literatura y la memoria del municipio.
En este proceso, la Cámara de Comercio de Medellín para Antioquia ha sido un aliado clave. Catalina se formalizó incluso antes de abrir el negocio y desde entonces ha recibido acompañamiento permanente con asesorías personalizadas, diplomados, formación en barismo y participación en ferias. “Siempre han creído en nosotros, nos han abierto puertas y nos han ayudado a pensar con visión empresarial”, señala.
Después de siete años de recorrido, Catalina se siente más estable, con procesos organizados y nuevas metas en el horizonte: abrir una sucursal y lanzar su marca de café. “Emprender es enfrentar retos todos los días, pero también es muy satisfactorio. Me llena de orgullo y me da fuerza para todo lo demás en mi vida”, afirma.