Es probable que coincidamos en algo: para un habitante de Medellín que vivió los estragos del narcotráfico, no hay tema más tedioso que volver a hablar de Pablo Escobar. Sin embargo, la historia de hoy merece contarse, porque puede encerrar una clave para desterrar, de una vez por todas, la imagen distorsionada de ese criminal que Hollywood y algunos vivos locales —en su afán de dinero— convirtieron en ídolo.
Pero para hablar de esta historia hay que comenzar por el sitio en el que se ubica. En pleno corazón del Centro de Medellín, en una oficina del icónico edificio Portacomidas, se alza encima del caos de los buses y los vendedores de jeans un estudio de arte donde no solo reptan insectos fantásticos, sino que además hay una reminiscencia de esas épocas: una caleta.
El hombre que ha convertido el amplio espacio en una sucursal del arte en pleno Centro se llama Juan Fernando Sánchez Suárez, un artista plástico oriundo del barrio Aranjuez quien lleva más de 30 años en el corazón de la ciudad creando arte.
Juan recalca que aparte de artista plástico es un entusiasta de la antropología y por eso gran parte de la obra la ejecuta con lapiceros porque según él, dicho elemento le permite trabajar capa a capa y así crear en sus obras lenguajes desde la antropología y la arqueología.
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Él recordó que justamente gracias a su participación desde lo artístico en varios procesos sociales en Aranjuez pudo hacerse un lugar en Comfenalco, lo que le permitió recorrer el departamento y el país en esas duras épocas de la violencia entre guerrillas y paras. “Entre 2013 y 2014 renuncié a Comfenalco y monté junto a un amigo mi taller acá en todo el Centro y lo nombramos La Casa de los Oficios. En esa época empecé con una colección itinerante que exhibíamos en casas de allegados y por eso la bautizamos 'Visitantes'”, dijo.
Desde entonces Sánchez ha hecho varios proyectos artísticos con su particular estilo de “amarrar” ideas, sensibilidades y proyectos. Por ejemplo, hizo uno llamado Arte y Bohemia, que eran recorridos artísticos por la ciudad desde su estudio hasta el taller de la artista Abraxas Aguilar en la calle La Paz. Hubo otro sobre gastronomía que recogía recetas de cada comuna preparadas por adultas mayores. Posteriormente se metió en la idea artística de abordar objetos con significado. O sea, cosas que más que una utilidad tuvieran una conexión emocional que por lo menos invitara a reflexionar. Sí, suena como a carreta de crítico de arte, pero así es.
De ahí nacieron las materas “Siembra un Jardín”, las figuras de los “Atrapalunas” con las que un club de caminantes celebró los 30 años de fundación, y el “Dador de Alas” con la que la hija de una de sus clientas pudo recuperarse de una grave ruptura amorosa. Hasta brújulas que no eran brújulas sino promesas para honrar en los momentos difíciles, y que afianzaron los lazos entre una joven y su hermano, salieron de ese período.
Pero tal vez, antes de ir con lo principal del artículo, es que Juan extendió su arte a algo más íntimo y magnífico que muchos ignorantes en el afán definimos como simples “cajitas”, término que él educadamente no solo rechaza sino que –aunque no lo dice– considera que no hace justicia a su arte.
“Con cajas nos ideamos por ejemplo unas alcancías muy bacanas que también traían una obra de arte, como homenaje a los artistas. La alcancía tenía un sello que decía: 'Como las grandes obras maestras –que exigen tiempo, disciplina y fe– mi sueño es:', y ahí la gente escribía para que recogía el dinero. Así hicimos la de Van Goh y La Noche Estrellada”, recordó.
Además, muy al estilo de los libros didácticos y de los juguetes de los 90, Juan se creó otra forma de usar las cajas para recrear pequeños “universos” que contaran historias de icónicos personajes.
“Son cajas que se despliegan de una forma muy bacana y cuentan una narración. La primera fue un pesebre, luego las hice sobre bandas de rock. Pero una de las más icónicas es la de El Principito. Por eso yo digo que mis objetos son significativos, que tienen una conexión o un sentido. No son objetos por objetos o artesanías por artesanías, no. Tienen un peso e historia que conectan”, recalcó.
La “Caleta de Pablo”
Sánchez recordó que por cosas de la vida dio con un cliente que le gustaba comerciar con parafernalia alusiva al principal criminal del cartel de Medellín, por lo que le pidió hacer algo alegórico al funesto personaje.
“A mí, las cosas de Pablo Escobar no me gustan. Pero entonces me puse a echar cabeza y me inventé algo que pensé que no iba a 'pegar', pero al contrario, se volvió un boom”, recordó.
Según Sánchez, para entender bien la historia hay que empezar por aclarar que el término caleta no viene de la narcocultura. “Esa palabra es realmente de las abuelas campesinas. Era el sitio donde ellas 'escondían' algún ahorro que tenían o algunos ingredientes o alimentos de reserva, por si algo. Entonces, para este pedido me invento una caleta sobre Pablo Escobar, la cual era una caja muy particular y se ajustaba muy bien a mi arte que recupera mucho de rituales y de conceptos”, añadió.
La presentación de la Caleta de Pablo la hizo Sánchez delante de un grupo de caminantes, en los que había tal vez uno que otro extranjero de los que viene ávidos de conocer “el mito” del capo.
“Les puse 'La Caleta' y al abrir la caja encontraron un texto que decía: 'Si vienes buscando el mito de Pablo Escobar, te hacemos esta propuesta: cómetelo, trágatelo y vuélvelo mierda'. Y la frase se justifica porque es que el 'mito' de Escobar no está encaletado. Eso está por toda parte en esta ciudad. Además, lo de volverlo mierda, la única forma de hacerlo era literalmente, comiéndoselo. ¿Y cómo lograr eso? Con el 'doble fondo' de la caleta porque en ese espacio había unas galletas con la cara de Pablo Escobar. Así le decíamos a la gente: ¡cómase a Pablo y vuélvalo mierda!”, recordó.
En el doble fondo de la caleta también había otro texto con los “ingredientes” de Escobar con los cuales se resumía el prontuario del criminal. Y además una lista de “buenos Pablos” que sí deberían ser enaltecidos por el imaginario popular. En síntesis, toda una genialidad que se volvía en toda una “cacheteda” de realidad para esos insensibles extranjeros que vienen en busca de ese personaje.
“Los colombianos que han conocido La Caleta me han encargado un montón, que pa' repartir en el exterior a todos los gringos que preguntan por ese tipo. Como para decirles: ¿usted quiere conocer el mito? Se lo entrego, para que se coma a ese hijueputa y lo vuelva mierda'. Y claro, a algunos extranjeros la obra les choca, porque les deja en evidencia que están buscando el 'mito' de un criminal y se dan cuenta que es como si nosotros fuéramos a Estados Unidos a buscar el mito de Osama bin Laden”, añadió Sánchez.
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Ahora Juan trabaja en un bestiario-insectario, que tiene como tema insectos “fantásticos”, una idea que surgió desde la pintura de una mariquita como homenaje a la comunidad Trans de la zona del Centro y que hoy en día dicha obra ya ha llegado a Europa e incluso sea pronto subastada en un evento en Manhattan, Estados Unidos. Así como unos árboles fantásticos de extraños colores y formas, que rinden homenaje a su nonagenaria madre.
“Mi arte tiene que ver con una mirada profunda y contemplativa porque exige a la mirada detenerse e ir más allá y porque exige tiempo de parar y contemplar. Por eso es que para estas obras incluyo una caja donde va el insecto, una lupa para apreciar con detalle la obra, pero también para leer el texto sobre el insecto, además un mapa del país en miniatura, tejido y con la supuesta ubicación del animal. Porque aparte de una cosa que va en contra de este mundo de afán, también más que un objeto quiero darle a la gente un pedazo de Colombia. Es como entregar un pedazo de mi corazón”, comentó.
Sí, para los que lo conocemos el Centro de Medellín está lleno de joyas. Pero muchas veces, estas, son la propia gente que lo habita.