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Rosalía, la mujer que con su romance ‘convirtió’ a Medellín en capital de Antioquia

En una crónica anterior contábamos cómo dos mujeres habían jugado papeles protagónicos, y relativamente desconocidos, en dos de los momentos más cruciales de la historia de Medellín.

  • La historia de amor entre Rosalía Saldarriaga y Gregorio María Urreta habría sido fundamental para que Medellín ganara el pulso por ser la capital de Antioquia. imagen recreada con ia
    La historia de amor entre Rosalía Saldarriaga y Gregorio María Urreta habría sido fundamental para que Medellín ganara el pulso por ser la capital de Antioquia. imagen recreada con ia
Luz María Sierra

Directora de EL COLOMBIANO.

hace 3 horas
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En la primera historia profundizamos en Ana de Castrillón, clave para que Medellín lograra la categoría de villa, pero habíamos dejado pendiente la historia de doña Rosalía Saldarriaga que –según la letra menuda de la historia– fue crucial para que Medellín se convirtiera en flamante capital de la provincia, título que ostentó Santa Fe de Antioquia durante 285 años.

Ocurrió en 1826. Se cumplirán apenas 200 años de este cambio trascendental. Es decir, Santa Fe fue más tiempo capital de lo que hasta ahora ha sido Medellín.

Resulta que a Santa Fe de Antioquia, que había sido la capital desde 1541, de pronto en los años 1.800 le cayeron todas las plagas encima. Las vetas de oro comenzaron a agotarse, al menos para la tecnología que se tenía en la época, y la peste del cacao fue un verdadero desastre agrícola.

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Los gobernadores de turno empezaron a esgrimir todo tipo de excusas para sacarle el cuerpo a Santa Fe de Antioquia y despachar desde Rionegro o desde Medellín. Los comerciantes y funcionarios se quejaban de que “ir a la capital les quedaba muy lejos”.

El calor de Santa Fe era ciertamente insoportable. Sin electricidad, sin ventiladores ni aire acondicionado, solo quedaban los abanicos de mano para sacudir el aire pesado.

Para acabar de ajustar, antes la única ruta para salir desde cualquier lugar de Antioquia al mar Caribe era el camino del Espíritu Santo que de Santa Fe de Antioquia llevaba a Mompox, pero luego –como explica Juan Luis Mejía en una charla que alimentó este relato–, “empiezan a descubrirse unos viejos caminos indígenas que salían al río Magdalena por el Nare y por el Nus entonces Santa Fe empieza a marchitarse y Medellín, Río Negro y Marinilla empiezan a tener una gran importancia”.

Medellín comenzaba a verse más dinámica. En un censo de 1784 de los 48.000 habitantes de la provincia, 17.000 estaban en Santa Fe de Antioquia con sus distritos, mientras que la Villa de Medellín ya era reconocida como el principal centro poblacional después de la capital.

Aunque en general la provincia de Antioquia se había venido a pique al punto de que el gobernador Francisco Silvestre lanzó un SOS a Santa Fe de Bogotá (1785), pidió el envío de un visitador, porque la provincia agonizaba. La gente no tenía plata porque todo estaba paralizado y los habitantes no sabían ni leer ni escribir. “Los empleados vivían de la extorsión y del fraude contra los pobres indígenas y aun contra los mismos españoles”, escribió Luis Latorre.

La real audiencia atendió el llamado desde las montañas y mandó entonces al oidor Juan Antonio Mon y Velarde, doctor tanto en derecho como en medicina. “Llegó cuando se avecinaba la catástrofe”.

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Era un hombre con mano de hierro, y por eso lo tildaron de “tirano”, pero también, a su paso, encarriló el progreso de la región. En su último informe al virrey, antes de asumir como presidente de la Real Audiencia de Quito, escribió: “Esta provincia, hoy la más atrasada de todo el Reino, llegará algún día a ser la más opulenta”.

Mon y Velarde lo primero que hizo (1786) fue numerar las casas, que eran 242 de un piso y 29 de balcón, y marcar las calles con los nombres de San Francisco, San Lorenzo, La Amargura (hoy calle Ayacucho), El Prado, entre otros.​ También dictó medidas sobre saneamiento, instrucción pública, mejora del comercio y sistemas administrativos; igualmente dotó a la villa de agua corriente, creó colonias agrícolas y estimuló la minería.

Infográfico
Rosalía, la mujer que con su romance ‘convirtió’ a Medellín en capital de Antioquia

Y dejó también claro el desgreño y desfachatez de sus gobernantes: “Por más de un siglo ha permanecido Medellín sin más ordenanzas para su gobierno que el incierto y arbitrario capricho de quienes hasta el presente la han gobernado”.

No se acaban de poner de acuerdo los historiadores si fue más importante el progreso que trajo Mon y Velarde o su cruel y extrema mano dura, lo cierto es que cuando se fue a Quito, como presidente de la Real Audiencia, prometió mandar estatuas de los 12 apóstoles, y “al recibir en Antioquia las estatuas, hubieron de reconocer los buenos vecinos, con risueño asombro, que la de Judas era la vera-efigie del señor oidor don Juan Antonio Mon y Velarde, con todo y su par de verrugas”.

Estando en Quito le dan un cargo aún más importante: ministro del supremo Consejo de Indias con residencia en Sevilla. A su llegada a España, el barco no pudo atracar en Cádiz el día previsto, el gran banquete que le tenían preparado lo guardaron y al otro día cuando finalmente llegaron y se lo comieron se intoxicaron con la comida hasta la muerte, Mon y Velarde y ocho notables españoles más.

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Llegó entonces el grito de independencia de 1810 en Bogotá. Pero la provincia de Antioquia, en medio del jaleo de las guerras de independencia, sólo declaró la suya tres años después (11 de agosto de 1813).

Para hacer la Constitución de la República de Antioquia, los representantes de Medellín se negaron a viajar a Santa Fe aduciendo las “rencillas históricas” entre ambas ciudades. Propusieron en cambio que la asamblea tuviera lugar en la bella villa. Pero acordaron escribirla y promulgarla (noviembre de 1813) en un tercer sitio neutral, Rionegro.

Mientras Pablo Morillo avanzaba en la reconquista, y Bolívar y Santander defendían, la pelea por cuál debía ser la capital en Antioquia se agudizó. Varios gobernadores despacharon desde la próspera Rionegro, donde se asentaban no pocos acaudalados, en vez de Santa Fe, que tenía aroma a colonia.

El presidente-dictador de Antioquia, Juan del Corral, estableció su sede en Rionegro, y cuando su sucesor Dionisio Tejada insinuó hacer lo mismo (1814) el cabildo de Santa Fe explotó y el conflicto político llegó a tal punto que la provincia quedó dividida en facciones por más de un año.

Tuvo que intervenir el Congreso de las Provincias Unidas de la Nueva Granada y dispuso convocar un Colegio Constituyente en Envigado para zanjar la disputa. En 1815, este cuerpo dictó una resolución salomónica: el nuevo texto constitucional de Antioquia incluyó un artículo declarando que el Gobernador residiría en la ciudad de Antioquia (Santa Fe).

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El gobernador Tejada no acató de buena gana la decisión. En Medellín hubo protestas tumultuosas contra el fallo el 29 de septiembre de 1815 y refriegas en Marinilla, que también aspiraba a ser el centro del departamento.

Sin embargo, la República de Antioquia duró poco, solo tres años, porque los enviados de Pablo Morillo, el ‘pacificador’, entraron a Medellín el 5 de abril de 1816. “Los rencores lugareños trajeron consigo la apatía y el desvío hacia las ideas de libertad, concretando únicamente el pensamiento a satisfacer odios de campanario”, escribió Latorre. Y la querella por la capital se puso en pausa.

Esa época ha sido conocida como “Patria Boba”, por un texto que escribió Antonio Nariño, desde su prisión en Cádiz en 1816, criticando la falta de unidad y la proliferación de provincias en guerra entre sí.

Pero los historiadores modernos han dicho que ninguna “patria boba”, que lo que hubo entre 1810 y 1816 fue un laboratorio político: las provincias experimentaron con constituciones, modelos de gobierno, debates sobre ciudadanía, soberanía y derechos.

Con la batalla definitiva de Boyacá, en 1820 Medellín crecía y bullía en comercio mientras Santa Fe se estancaba.

Los medellinenses pasaron a la ofensiva formal: en 1826, el cabildo (concejo) de Medellín envió una solicitud oficial al vicepresidente de la República, Francisco de Paula Santander, para que la villa fuera declarada capital de la provincia de Antioquia.

Alegaban para el traslado que Medellín cada vez tenía más población, mucho comercio, un mejor clima y una ubicación estratégica.

Pero, cuenta la historia menuda, que más allá de estos motivos racionales, la decisión final tuvo que ver con un asunto de amor.

El destino quiso que en aquellos años el gobernador de la provincia de Antioquia fuera Gregorio María Urreta, un coronel cartagenero, de 35 años, que se instaló en Santa Fe de Antioquia al asumir el mando en 1825.

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Durante sus viajes a Medellín conoció a Rosalía Saldarriaga Vélez, una joven de 18 años, que era descrita como una “dama de antigua y esclarecida estirpe”. El gobernador Urreta, lidiado en batallas, le puso el ojo y, según relatos, decidió pedirle matrimonio. Rosalía accedió a casarse con Urreta con una condición innegociable: le advirtió que jamás se iría a vivir a Santa Fe de Antioquia. Es decir, si él deseaba tenerla por esposa, debía encontrar la manera de no abandonar Medellín.

El dato lo reveló, o más bien lo rescató, Anacristina Aristizabal Uribe en una columna publicada en EL COLOMBIANO hace cinco años.

Cuenta Anacristina que el dato se demoró un año buscándolo y que lo leyó en un artículo de Antonio Gómez C., en la Revista Universidad de Antioquia, de 1942. “Como no pude hallar más de ese evento ni confirmarlo con otra fuente, le pregunté a la historiadora Libia Restrepo (q.e.p.d.) si era confiable el señor Antonio Gómez y me dijo que sí, que era un historiador muy serio”.

Urreta era un hombre particular. A los 28 años vivía como aristócrata en Bogotá, capital del virreinato de la Nueva Granada. En aquella época él era obsequioso, daba fiestas, reuniones y homenajes. Amigo de realistas y patriotas, estaba exento de compromisos revolucionarios”, escribió Manuel Uribe Ángel.

Y dio a entender que Urreta se acomodó según como iba el viento. “Urreta era un realista como lo eran quizás dos terceras partes de los nobles cundinamarqueses bajo la tiránica y sangrienta dominación del brigadier Juan Sámano, y dejó quizás de serlo cuando dejó de serlo la inmensa mayoría del país abrigada por la égida redentora del ejército libertador, vencedor en Boyacá”.

Después de la Batalla de Boyacá (7 de agosto de 1819), Gregorio María Urreta Tatis se inscribió en las listas del Ejército Libertador (19 de septiembre), como soldado raso, pero solo duró dos meses, porque se fue con un coronel a Cúcuta y este le presentó a Simón Bolívar, quien después de tratarlo, lo nombró capitán del batallón Granaderos.

Hay versiones que lo ubican como héroe de la independencia de Venezuela, pues habría participado en la batalla de Carabobo, con la cual el país vecino se independizó en 1821.

Se puede suponer que Urreta no estaba dispuesto a perder a Rosalía. Y apeló a la amistad que tenía con el general Santander, quien entonces ejercía la presidencia encargada de Colombia.

De hecho, en una carta de 1824, Santander le escribió a Urreta, cuando este aún no había llegado a Antioquia: “Mi estimado Urreta: Acuso á usted recibo de su carta, cuyas expresiones de amistad aprecio mucho. Los recuerdos que usted me hace no me pertenecen exclusivamente; muchas manos tienen que intervenir conforme a la Constitución, pero usted debe estar seguro de que por mi parte no le faltaré a la justicia. Por ahora, va el diploma de libertadores como una prueba de ello. Deseo que usted lo use bien, y que me crea su afectuoso amigo”.

Urreta, entonces, aprovechando la solicitud del cabildo de Medellín, movió sus influencias en Bogotá. Así, el 17 de abril de 1826 el Congreso de la República aprobó la ley que, en medio de ajustes macro de la Gran Colombia, incluyó un “articulito” en el que trasladó oficialmente la capital de la provincia de Antioquia a la villa de Medellín y la dispuso como “residencia oficial del gobernador”. Santander firmó la ley al día siguiente, 18 de abril.

Supongamos que los argumentos de clima y ubicación fueran válidos para sacar la capital de Santa Fe de Antioquia. La pregunta entonces sería: ¿por qué no la pasaron para Rionegro, donde vivían las familias de mayor influencia y desde donde habían despachado gobernadores como Juan del Corral? “Me sorprende que los ricos de Rionegro, que ya estaban en Bogotá, Francisco Montoya, Sinforoso García, Pedro Sáenz, no hayan tratado de influir”, nos decía Juan Luis Mejía en una entrevista.

Ese romance, entonces, sería la explicación. Es decir, si la historia que contó Antonio Gómez C. en 1942 y la recogió Anacristina Aristizabal es cierta, doña Rosalía Saldarriaga no solo logró que Medellín ganara la puja a Santa Fe por ser capital, si no también desplazó a Rionegro, que tenía condiciones para serlo, y a Marinilla que también quería.

Urreta Tatis se casó con Rosalía Saldarriaga, vivieron en una de las casas que enmarcan la Plaza Principal, hoy Parque de Berrio, y tuvieron seis hijos. Una de ellas se casó en 1854 con Manuel Uribe Ángel, gran médico e intelectual antioqueño.

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