Pico y Placa Medellín
viernes
3 y 4
3 y 4
Los humanos lo hemos hecho durante milenios. Por eso resulta curioso que tantos políticos locales se sumaran a la condena del evento.
Por Daniel Carvalho Mejía - @davalho
La semana pasada Medellín vivió una polémica interesante alrededor de un evento de Comfama llamado Feria popular Brujería, dedicado a conversar sobre formas alternativas y tradicionales de la espiritualidad. La chispa se encendió por la indignación de un colega mío, quien alegó que allí se promovía la brujería y se realizaban actos contrarios a la fe.
El debate tomó relevancia nacional y puso sobre la mesa temas como la laicidad del Estado, el rol de las cajas de compensación, el conservadurismo antioqueño y los ritos paganos que hacen parte de nuestra tradición. El ruido fue tanto que el evento se llenó: más de dos mil personas acudieron a ver la razón de la polémica. Yo estuve allí y no vi ritos satánicos, ni conjuros peligrosos. No hubo hechicerías ni portales hacia lo oscuro. Había un bazar de productos naturales y amuletos, lecturas de tarot, estampados de mandalas y conferencias sobre astrología, prácticas indígenas y costumbres africanas. Incluso, al fondo de la plazuela San Ignacio, un grupo de señores cantaba alabanzas a Jesús, sin problema alguno.
Mi colega defiende una visión de sociedad donde la familia tradicional es la única válida, las mujeres deben tener hijos y la religión es el centro de todo. Yo, en cambio, pienso que esa visión puede ser válida, pero no es la única y, sobre todo, no debe imponerse a los demás. Reconozco diversas configuraciones familiares, múltiples formas del amor y el deseo y proyectos personales legítimos que no pueden ser juzgados a la luz de ningún credo.
Nuestra cultura es fruto de un largo mestizaje; nuestras creencias combinan elementos indígenas, africanos y católicos moldeados por el sincretismo. Las preguntas sobre la muerte, la suerte o lo desconocido son parte de nuestra cotidianidad: todos practicamos algún rito. Usamos amuletos, encendemos velas, confiamos en sahumerios o en mejunjes de la abuela. Yo, que me creo tan racional, baso mi espiritualidad en el amor y la naturaleza, tengo un número de la suerte, me arrodillo ante los árboles y las cascadas, temo a los fantasmas y sigo esperando ver un ovni. Tengo una gran fe en la bendición de mi mamá y también soy tauro, pero los tauro no creemos en esas cosas.
Es conocida la afición de muchos poderosos del país por consultar decisiones con adivinas o angeólogas. Los humanos lo hemos hecho durante milenios. Por eso resulta curioso que tantos políticos locales se sumaran a la condena del evento. Pienso que fue más oportunismo electoral y desprecio por la diversidad cultural que genuina preocupación por la moral; en estos tiempos de campaña no solo se agitan banderas partidistas sino también moralistas.
Los sectores más conservadores de nuestro país han visto con desconfianza o desprecio la cultura, especialmente las manifestaciones que se apartan de la tradición religiosa o del poder. Tal vez por eso aprovecharon la ocasión para embestir contra una entidad que, como Comfama, lidera una visión de sociedad donde la cultura es fuente de bienestar y cohesión social y donde se invita a tener conversaciones incómodas. Yo, por mi parte, agradezco su esfuerzo por visibilizar los matices y protagonistas —a menudo desconocidos— de eso que llamamos antioqueñidad, y espero que la bondad sea el credo que guíe nuestra sociedad.