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Por Daniel Carvalho Mejía - @davalho
A veces olvidamos que también en medio de la ciudad crece y sobrevive la naturaleza; que los árboles que bordean la avenida, la quebrada que atraviesa los barrios o el canto de los pajaritos al amanecer no son simple decoración sino compañeros de nuestra existencia. Por eso, con esperanza y convicción, comparto una noticia que es, sobre todo, una apuesta por el futuro que merecemos: El Congreso de la República ha aprobado la Ley de Ciudades Verdes; una iniciativa liderada por Camilo Quintero e impulsada junto a más de veinte congresistas; nacida del trabajo colectivo y de la escucha activa a comunidades, académicos, científicos y líderes diversos. Puedo decir que, más que una ley, es una herramienta para que las ciudades colombianas enfrenten con decisión y creatividad los retos del cambio climático. Una apuesta que pone a la naturaleza como protagonista, los ciudadanos como fuente de inspiración y a los sectores público y privado como grandes gestores.
Colombia es hoy un país mayoritariamente urbano: más del 70% de su población habita en ciudades. Esto nos plantea un desafío claro: ¿cómo logramos que nuestras ciudades sean habitables, sostenibles y resilientes? La respuesta está en reconocer que la biodiversidad también es urbana. Que nuestros ríos, humedales, cerros, árboles y especies silvestres deben tener un lugar en la planificación, en la infraestructura, en la educación y en nuestra cultura ciudadana.
La Ley de Ciudades Verdes propone acciones concretas como: aumentar los espacios verdes en los entornos urbanos; conectar esos espacios entre sí con corredores ecológicos; conocer y proteger la flora y fauna locales; reforestar con especies nativas; y fomentar prácticas agroecológicas como las huertas urbanas. Todo esto acompañado de educación ambiental y participación ciudadana, porque sin apropiación no hay transformación duradera.
No se trata solo de plantar árboles o construir parques, sino de una nueva manera de pensar la ciudad como un ecosistema donde lo natural y lo urbano coexisten en equilibrio. Esta ley invita a que el desarrollo urbano no sea sinónimo de aridez, destrucción y caos, sino de armonía con el territorio; a que la planeación urbana tenga en cuenta los servicios ecosistémicos que recibimos cada día —agua, aire limpio, sombra, frescura, paisaje— y que muchas veces damos por sentado.
Estoy convencido de que una ciudad verde es una ciudad más justa. Porque el acceso a la naturaleza también es un derecho y no debe depender del estrato, del barrio o del municipio. Porque respirar aire limpio, caminar bajo la sombra de los árboles o ver volar las guacamayas entre los edificios no debería ser un privilegio.
Esta ley es una invitación a imaginar lo posible. A sembrar, proteger y transformar. A construir ciudades donde vivir bien no sea un lujo, sino una garantía. Porque al cuidar la naturaleza en la ciudad, sembramos también una cultura del cuidado en cada rincón urbano. El futuro urbano sólo será viable si nuestras ciudades reverdecen.
Nuestro país se precia de ser uno de los más biodiversos; nuestras ciudades y sus habitantes, con la Ley de Ciudades Verdes, damos un paso para estar a la altura de este privilegio.