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Por Fanny Wancier Karfinkiel - fannywancier7@gmail.com
Los 4 capítulos filmados sin cortes de la miniserie Adolescencia en Netflix, hazaña tecnológica británica que produce en el espectador una sensación de cercanía visual y cognitiva, tratan de Jamie un niño de 13 años acusado de asesinar a puñaladas a una compañera.
Los factores causales de esta calamidad son altamente preocupantes y, si bien habría que incluir la desigualdad social y la degradación familiar y escolar, es fundamental dirigir la atención sobre el acceso a la información de la red oscura, por ejemplo a la pornografía, a las subculturas digitales plagadas de personas radicalizadas, y a la incapacidad de los niños de conectar el dolor propio con el ajeno, condiciones que trastocan la conformación del psiquismo de los adolescentes del siglo 21.
De cada 10 adolescentes 7, en su mayoría hombres, consumen pornografía. Según la ONG Save the children el primer acercamiento sucede alrededor de los 12 años y, expuestos a una información sesgada y distorsionada en una etapa que oscila entre la vulnerabilidad, la omnipotencia, la búsqueda de identidad, la necesidad de aceptación, y el temor al aislamiento del rechazo de sus pares, el desarrollo intelectual, emocional y social se trastorna.
La información es poder y el conocimiento es poder afirmaban los filósofos Thomas Hobbes y Sir Francis Bacon. Sin embargo, cuando la información produce el placer que proviene del porno tiene un poder adictivo sumamente nocivo que hace que los jóvenes busquen un nivel cada vez más alto de dopamina y pierdan la capacidad de controlar su voluntad. Más aún, exponerse a temprana edad a contenidos obscenos genera conceptos sexuales equivocados y el cerebro cambia química y estructuralmente ocasionando ansiedad, apatía, falta de concentración, aislamiento, cambios drásticos del ánimo y sensación de estancamiento.
Otro punto a destacar es la rebelión Incel y sus “celestiales célibes involuntarios”, oscura subcultura inspiradora de infinidad de jóvenes compuesta por “supremacistas masculinos” convencidos de que su fracaso con las mujeres obedece a conspiraciones contra ellos y, con normas inamovibles en las relaciones interpersonales, promueven discursos de odio hacia las mujeres a quienes culpan de negarles su derecho a tener relaciones sexuales. En su forma extrema defienden la violación, mientras la percepción errónea de la feminidad y la masculinidad hace que se desencadenen acciones brutales como el asesinato.
También es importante que los niños distingan las prohibiciones morales (dañar a alguien) de las convencionales (prender el celular en clase). Que sepan la diferencia entre ambas restricciones en cuanto al daño, la justicia y los derechos les permite construir su experiencia personal a partir de la simpatía, forma temprana de empatía que proporciona la posibilidad de sentir el dolor, las emociones y creencias de los demás sin necesariamente estar de acuerdo con ellas.
Aprender qué acciones son correctas o incorrectas es un proceso constante que depende de hacer propios los valores y normas de convivencia a través de la enseñanza, el ejemplo y las relaciones interpersonales. Por lo visto la influencia dañina de la revolución tecnológica se interpone, es más, nos está sobrepasando.