Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6
Por Lewis Acuña - www.lewisacuña.com
El capataz volvió agitado y cargado de pánico le dijo al patrón que en el mercado a donde lo envío había visto a la Muerte y que ella lo había mirado amenazantemente como si lo estuviera esperando. Lleno de temor, le pidió prestado un caballo para huir a Samarra, convencido de que así escaparía de su destino. El patrón se lo concedió sin dudarlo. Horas más tarde, fue él mismo al mercado y, al encontrar a la Muerte, le preguntó por qué había amenazado a su capataz. La Muerte respondió: no lo amenacé. Me sorprendió verlo aquí, porque tengo una cita con él esta noche en Samarra.
Nunca importa cuánto corras, ni cuántos planes hagas para evitar lo que duele. Hay circunstancias que te encontrarán aunque te escondas, aunque te adelantes, aunque intentes ignorarlas. Y no siempre es castigo, es solo la vida cumpliendo su curso, porque los encuentros con la verdad de tu existencia no se evitan, solo se aplazan.
Cuánto desgaste hay en intentar controlar lo que no depende de ti, pero lo inevitable no se detiene por la prisa con que se le huye. Lo inevitable no se intimida por tu resistencia a que te alcance. A veces, cuanto más luchas por impedir algo, más profundamente lo atraes. No como castigo, como parte de un proceso que te exige coraje.
No desconozcas que el mayor dolor no suele estar en lo que llega, sino en cómo lo anticipas, en cómo te partes por dentro creyendo que podrías haberlo evitado. La ansiedad, la culpa, la sensación de haber fallado. Como si no fuera suficiente con lo que ocurre. Como si lo importante fuera esquivarlo, y no atravesarlo con entereza. Como si vivir doliera menos si cierras los ojos a tiempo.
Lo inevitable no llega para destruirte, sino para abrirte los ojos. Y eso es lo que más cuesta entender cuando sientes cansancio, cuando solo quieres que las cosas no duelan, cuando lo único que deseas es un poco de paz. Pero cuánto se gasta uno tratando de esquivar lo que igual va a pasar. Cuánta energía se nos va intentando torcer la realidad para no enfrentarla.
Aceptar no es rendirse. Es elegir dejar de desgastarte por aquello que simplemente forma parte de tu camino. Es no poner tu fuerza donde no se necesita. Es darte la oportunidad de habitar con más calma lo que viene, sin tener que llamarlo tragedia. Y cuando eso llega, no duele igual. Duele distinto. Duele limpio. Duele sin culpa. Porque ya no estás huyendo, estás recibiendo. Y eso, aunque parezca poco, transforma todo.
Aceptar no es quedarse quieto, es lo que te permite moverte con claridad y comprender que sin la carga de huir, aparece la libertad de avanzar con menos miedo. Eso es dar la lucha inteligente y racional para sostenerte mejor cuando llegue lo que tenga que llegar, porque lo único que va a importar es cómo elijas estar contigo mientras ocurre.
Eso es lo que define todo lo demás.