Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6
Los científicos han podido constatar que la “efervescencia colectiva” alcanza el punto máximo no durante los partidos, sino durante los rituales previos compartidos.
Por Lina María Múnera Gutiérrez - muneralina66@gmail.com
Sobre la analogía entre fútbol y religión se han escrito libros, ensayos y columnas de opinión en todos los idiomas. Se dice que los aficionados viven los partidos, celebran victorias y sufren derrotas con la misma lealtad con la que muchos viven su fe religiosa. Y que los dos se construyen a partir de símbolos, rituales y devoción. Pues todo esto que se intuía y analizaba ahora se puede demostrar, porque la neurociencia ha conseguido comprobar que el cerebro vive el deporte como una fe.
Los estudios con técnicas de neuroimagen muestran que tanto la afición deportiva como las creencias religiosas involucran áreas similares en el cerebro, las mismas que se activan en las relaciones familiares o en las amistades estrechas. Lo cuenta Aaron C.T. Smith en un libro de reciente publicación titulado La psicología de los fans deportivos.
El aumento de la actividad en los centros emocionales, como la amígdala y las vías de recompensa, refleja durante los partidos lo que ocurre cuando el cerebro procesa los vínculos fuertes, las relaciones personales cercanas. Eso explica por qué las experiencias deportivas intensas pueden sentirse casi trascendentales, evocando emociones poderosas igual que las prácticas espirituales.
Smith crea un término que él llama fe tribal. La produce el deporte y genera sentido de pertenencia, propósito y confort de manera vinculante, al igual que lo hace la devoción religiosa. “Para los fervorosos hinchas, el estadio se convierte en su iglesia; los cánticos, en sus himnos, y los días de partido, en sus celebraciones sagradas”.
Los científicos han podido constatar que la “efervescencia colectiva” alcanza el punto máximo no durante los partidos, sino durante los rituales previos compartidos. Todos esos sentimientos de alegría, unidad y emoción que experimentan los aficionados alcanzan su clímax cuando se reúnen, cuando esperan la llegada de los autobuses que transportan a los futbolistas, mientras se toman una cerveza en un bar antes de entrar al estadio o cuando cantan al unísono para animar a su equipo. Y aunque la lógica dice que sus acciones raramente afectan los resultados, los fanáticos del deporte (como los de la religión) creen que sus rituales, vítores y apoyo juegan un papel en el éxito de su equipo (o comunidad).
Pero todo tiene su Yin y su Yang. Los aficionados sienten un bienestar psicológico al identificarse con una comunidad, y perciben que esta les da una especie de red social de seguridad, como la de los creyentes. Aprenden resiliencia porque creer en el éxito futuro ofrece esperanza y ayuda a superar los contratiempos de la vida. Pero los mismos mecanismos psicológicos que fomentan fuertes lazos internos entre los devotos de un deporte o de una religión también conducen de forma natural a la rivalidad con otros, que generalmente puede ser sana, pero también puede llevarse al extremo del fanatismo.
“Nuestra mente posee una increíble capacidad para creer; una capacidad que ha sido crucial en la supervivencia a lo largo de la historia humana”, explica Smith. El asunto se complica cuando intentamos imponer nuestras creencias a los demás. Tanto en el fútbol como en la religión.