La canción es hermosa, una obra de arte absoluta, pero el desconcierto empieza casi de inmediato al escuchar una voz que, simplemente, no puede existir. Saulo, del proyecto musical Silbo Apacible, supera hoy los dos millones de oyentes en Spotify, pero lo que realmente la volvió tema de conversación en internet no es su calidad sino las preguntas que surgen por sus sostenidos imposibles y vibratos milimétricos, todo demasiado perfecto.
No hay respiración audible, quiebres naturales ni fatiga. Para muchos productores, oyentes y youtubers que han analizado esa pieza, la interpretación no es compatible con una garganta humana, por lo que cada vez toma más fuerza la teoría de que la música creada enteramente con inteligencia artificial nos está inundando sin darnos cuenta.
En los créditos aparece como compositor Diego Martín Schiratti, pero varios analistas y músicos señalan que “fue generada principalmente con herramientas de IA, aunque inspirada por una idea humana”. El resultado es un híbrido que se mueve con naturalidad en el universo del worship, la música de adoración de moda en varios cultos cristianos: una melodía emocionalmente expansiva, un canto que suena humano sin serlo por completo y un éxito viral cuyo atractivo se multiplica precisamente por esa ambigüedad.
Voces que no respiran
Pero este es solo otro caso que confirma una tendencia que se ha acelerado en el último año: la mayoría de usuarios de plataformas de streaming ya no pueden distinguir si lo que escuchan es humano o artificial.
Según un estudio global de la firma Ipsos para Deezer, el 97 % de las personas falló al diferenciar música hecha por IA de música real, incluso en pruebas a ciegas diseñadas para ser sencillas. La mayoría eligió como humana pistas completamente generadas por algoritmos.
Por eso, parece que nos acercamos a un punto de inflexión que convertirá lo que hoy es una rareza en un fenómeno global. El estratega digital Diego Santos lo narró en una columna reciente que se volvió viral: durante semanas, él mismo compartió canciones en un grupo de chat sin saber que eran producciones de IA. Una de ellas, Without Me, de la banda Orion7, deslumbró a toda su familia con la misma naturalidad con la que Saulo conquistó su audiencia. El problema no fue descubrir que era algorítmica, sino que es indistinguible de una canción real.
Mientras tanto, la industria ya enfrenta ejemplos más disruptivos. Breaking Rust, un artista sin identidad humana conocida, llegó recientemente al número uno de descargas en el género country en Estados Unidos con Walk My Walk. Varias herramientas de verificación empleadas por la agencia AFP le asignaron entre 60 % y 90 % de probabilidad de ser una voz generada por IA, y los créditos remiten a un autor vinculado únicamente a un proyecto algorítmico: Def Beats AI. Aunque en su perfil no admite el uso de IA, todo apunta a que se trata del primer hit country dominado por una voz sintética.
Otro caso similar es el de la banda The Velvet Sundown, con integrantes inexistentes y fotografías creadas con modelos generativos, que pasó en cuestión de meses de las 500.000 reproducciones a más de tres millones en Spotify.
Expertos como el productor musical y youtuber Rick Beato analizaron su sonido y concluyeron que podría haber sido fabricado con Suno, una plataforma de IA capaz de generar hasta 500 canciones al mes por apenas 8 dólares. Dos álbumes en menos de un mes y un perfil sin presencia humana verificable completaron el rompecabezas.
En paralelo, las principales plataformas registran un aumento sin precedentes del consumo algorítmico: entre enero y octubre de este año, la proporción de pistas generadas por IA reproducidas a diario pasó de 10 % a 34 % en Deezer, lo que equivale a unas 40.000 canciones al día. Ese crecimiento tan abrupto llevó a la app francesa a convertirse en la primera en etiquetar de manera sistemática toda música creada por IA.
Con Spotify, en cambio, la historia es más compleja. Investigaciones como la publicada por la periodista norteamericana Liz Pelly han documentado la existencia del sistema Perfect Fit Content (PFC), que permitía poblar playlists masivas, como Sueño profundo, Morning Chill y Concentración Perfecta, con música barata y sin autoría. Durante años, esas listas sustituyeron a artistas reales por productores anónimos que creaban canciones por encargo, sin derechos de regalías y bajo alias inventados. La experiencia de escucha dejó de centrarse en el artista y se volvió puramente funcional para incrementar las cifras de usuarios de esa aplicación.
Ahora, con la irrupción de la IA generativa, ese modelo puede adquiere una dimensión nueva, pues ya no se trata de músicos fantasma sino de artistas que directamente no existen, voces sintéticas que ascienden a los rankings globales y proyectos que escapan a cualquier intento de moderación. En septiembre, la empresa anunció una nueva política contra la suplantación vocal: toda imitación deberá ser autorizada expresamente por el artista imitado. También activó un filtro para detectar spam musical, trucos SEO y pistas artificialmente cortas que afecten el reparto de regalías.
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Spotify comenzó, además, a implementar el estándar DDEX, que obliga a declarar cuándo una canción fue creada con IA, ya sea en voces, instrumentación o posproducción.
La compañía insiste en que no busca penalizar a quienes usan IA de forma responsable, sino proteger la integridad del catálogo en un océano donde la producción es más rápida que la capacidad de revisión.
Pero aun así, la pregunta de fondo no desaparece. Daniel Ek, fundador de Spotify, dijo a mitad de año que para él, “la IA no es una amenaza, sino una evolución natural de la creatividad. Cualquiera puede crear un ritmo en cinco o diez minutos”, comentó en entrevista con AFP, recordando que géneros completos como la electrónica o el hip-hop también fueron desestimados en sus inicios por su base tecnológica. En cuanto al futuro inmediato de la creatividad en la industria musical, el principal responsable de una de las app más masiva a nivel mundial, dijo: “¿Qué es la música? No lo sé. Cada vez más personas van a crear y eso tiene que ser bueno”.